Academia

Antonio Bonet, admirado, siempre recordado

23 de mayo de 2021

Para sucesivas generaciones de historiadores del arte, Antonio Bonet (A Coruña, 1925 -Madrid, 2020) fue un mentor generoso, una autoridad incuestionable en facetas muy diversas del conocimiento artístico. En contadas ocasiones hay un consenso tan generalizado sobre el liderazgo y la preeminencia intelectual de un estudioso, y la aceptación unánime de ser considerado el último de los grandes maestros de una época. El magisterio de Bonet no fue sólo una aptitud funcional, una capacidad para transmitir los múltiples matices de la cultura aprendida y reelaborada o de la experiencia personal vivida, utilizando los eficaces resortes de la curiosidad nunca saciada y del entusiasmo exultante. Siendo todo ello cierto en su caso, el magisterio de Antonio Bonet iba más allá de su condición de docente para conformar una lección de vida, una predisposición natural al trato afectuoso y una audaz manera de preservar la independencia de pensamiento y la libertad de juicio. En estricto sentido etimológico, el maestro fue con propiedad el magister, voz derivada de magis, esto es, lo más.

Durante seis décadas, promociones consecutivas de estudiantes siguieron sus enseñanzas. Tuvo como discípulos a muchos de los nombres más conocidos de la cultura artística en el país; lo fueron los añorados Francisco Calvo Serraller, Juan Antonio Ramírez o Ángel González y también lo fueron otros destacados catedráticos de historia del arte, profesores y gestores culturales. No dudó en reconocer esa vocación de entrega con motivo de la lectura de su discurso en la Universidad de Sevilla al ser investido doctor honoris causa en mayo de 2017, asumiendo como “servicio indispensable el iniciar a los jóvenes estudiantes en el entusiasmo por el arte”. Arte, docencia, entusiasmo, un trinomio consustancial en Bonet: “Yo me siento el docente, el que escribe, el que piensa y el que siente el arte”.

Sus raíces gallegas y un entorno familiar culto, con fuerte presencia de la literatura, aportaron algunos rasgos indelebles de su identidad e intereses. Hijo del pintor aficionado José Bonet Peñalver y de la escritora Asunción Correa Calderón, hermana del también escritor, periodista y crítico literario Evaristo Correa, el amor a la palabra fijó la base de su horizonte cultural. Con esos antecedentes es comprensible que fuera un perspicaz lector y un escritor notable, con una lucidez reflexiva que siempre supo expresar sin excesos formales y con extraordinaria precisión. Cualidades poco comunes, que explicarían también su excepcional conocimiento de la literatura artística, materia de la historia del arte en la que fue pionero y un consumado experto, o su pasión por los libros. Jamás pudo sustraerse a la presencia de un libro, fuera cual fuese su espacio, y al deseo de poseerlo. Del mismo modo como otros coleccionan sueños, él coleccionaba libros. Un rasgo, el de bibliófilo, que compartió con su hijo, el historiador y poeta Juan Manuel Bonet. En alguna ocasión confesó: “Las letras y las artes han sido siempre un concepto muy familiar. En mi casa de campo, en un valle de Galicia, teníamos un ejemplar de Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Jorge Luis Borges”. En esta narración, aludía a su vez a otra de sus coordenadas vitales, el arte y la literatura latinoamericanos.

Cosmopolita, gallego e iberista (como Pessoa o Saramago), europeísta y panhispanista, las geografías de Antonio Bonet fueron tejiéndose a través de sus viajes formativos, sus destinos universitarios y su anclaje emocional entre España, Francia y América Latina. En 1948 se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Santiago de Compostela, donde tras titularse ejerció como ayudante de dos influyentes historiadores del arte, José María de Azcárate y Francisco Javier Sánchez Cantón.

Un punto de inflexión crucial en su trayectoria y en su modo de comprender la teoría y la historia de las ideas artísticas fue la estancia de cinco años en París, entre 1952 y 1957, completando su formación en el Institut d’Historie de l’Art de la Sorbona y diplomándose en museología por la École du Louvre. Allí se reunió con la élite de los historiadores franceses y ocupó la plaza de profesor ayudante en la cátedra de Historia del Arte de la Edad Media, cuyo titular era el hispanista Élie Lambert. Aconsejado por el experto en Renacimiento italiano André Chastel, regresó a España en 1957 con un importante bagaje, un modo innovado de abordar la metodología histórica y un pensamiento crítico evolucionado, ingredientes para la renovación de los estudios de historia del arte en España, que inauguraron su prestigio y reconocimiento internacional.

Doctorado por la Universidad de Madrid en 1957, con la tesis Arquitectura en Galicia en el siglo XVII, por la que recibiría el Premio Nacional Menéndez Pelayo, se vinculó al centro como profesor adjunto entre 1959 y 1962. Durante el siguiente año académico impartió un curso en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. En 1964 ganó la cátedra de Historia General del Arte en la Universidad de Murcia y, tres años más tarde, la cátedra de Historia del Arte Hispanoamericano en la Universidad de Sevilla. En la época que residió en Sevilla dirigió el Museo de Bellas Artes y fue responsable del suplemento artístico del diario El Correo de Andalucía. A mediados de la década de 1970 impartió clases como profesor extraordinario en la Universidad de Estrasburgo.

En 1973 obtuvo la cátedra de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, donde desempeñó el cargo de vicerrector entre 1981 y 1983. Al final de la dictadura franquista, en 1975, había sido encarcelado por su relación con la Junta Democrática, a la que también pertenecían otros destacados líderes culturales. Fue visiting scholar de The J. Paul Getty Trust (Santa Mónica, California) en el curso 1987-1988. Catedrático emérito y medalla de honor de la Universidad Complutense de Madrid, recibió la distinción de doctor honoris causa por las universidades de Vigo, Cáceres, Málaga y Sevilla.

Sus nexos con las universidades trazaron los itinerarios de un singular mapa de referencias. Él diría: “En todos los sitios he estado feliz siempre. Soy más bien pesimista metafísicamente y optimista vitalmente. Santiago y Sevilla son una maravilla, Madrid es una plataforma, y París… ¡si me pierdo en algún sitio tiene que ser en París!”.Aunque Francia no le retuvo presencialmente (pese a retornar con frecuencia a su refugio parisino), le aportó lo que más quería. Durante sus años de la Sorbona se casó con su inseparable alter ego, la filóloga Monique Planes, con quien tuvo a sus tres hijos: Isabel, Juan Manuel y Pedro, catedrático de flauta. La sensibilidad francesa impregnó los hábitos culturales de la familia y subyació de forma velada en esa elegancia natural tan suya.

Compaginó con éxito la investigación y la docencia, de lo que dan fe, por una parte, su fecunda y extensa bibliografía y, por otra, la pléyade de discípulos que continuaron su magisterio, así como las numerosas tesis doctorales dirigidas. Además, hizo compatible esa sólida vertiente vocacional con la función de consejero, miembro de patronatos y gestor cultural, una dimensión de su ejercicio profesional muy apreciada en la escena pública, sostenida en la virtud de relacionarse con afabilidad y en la serena capacidad de aunar voluntades para establecer consensos. Fue patrono de la Fundación Fenosa y presidente de la Bienal Fenosa, asesor de la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte, presidente de ARCO, vocal del Instituto Valencia de Don Juan, asesor del presidente de Patrimonio Nacional, patrono de honor de la Fundación Amigos del Museo del Prado, vocal del Premio Príncipe de Asturias de las Artes,presidente de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico Español, vocal nato de la Real Academia de España en Roma y vocal permanente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado.

Entre todas las instituciones a las que estuvo vinculado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando recibió lo mejor de él durante tres décadas extraordinariamente fértiles, digno colofón a una extensa y productiva trayectoria vital. Tomó posesión de su plaza de académico de número en diciembre de 1987 con un discurso poco convencional sobre Los cafés históricos un testimonio cabal de su libre determinación y de la versatilidad y amplitud de sus conocimientos. Le atrajo la pluralidad de pensamiento y la autonomía de la Corporación respecto a los poderes fácticos, llegando a afirmar que “la tolerancia y la amplitud de miras son virtudes académicas”. Antonio Bonet desarrolló una intensa actividad en la Academia, con firme compromiso de servicio público. Ocupó los cargos de académico delegado del Museo (1995-2004) y académico archivero-bibliotecario (2006-2008), cometido que tuvo continuidad en su nombramiento como director de la Academia en 2008. Al dejar ese cargo en 2014 fue distinguido con el título de director honorario. Durante su gestión al frente del Museo de la Academia acometió su modernización, con hitos relevantes como la ampliación de las salas de arte contemporáneo o la publicación de la guía de las colecciones. Ante tan amplia experiencia acumulada no le faltaba razón cuando en 2008, tras ser nombrado director, sostenía: “He pasado por el puesto de censor, también me ocupé de arreglar el Museo y estuve luego en la Biblioteca. Conozco todos los rincones y problemas de esta casa”.

La admirable erudición de Antonio Bonet, alimentada por una curiosidad enciclopédica y apoyada en una memoria prodigiosa, le incitó a ocuparse de múltiples materias y a transitar de forma sistemática los espacios de encuentro de la historia, el arte y la literatura. Fue una autoridad en arte hispanoamericano, arquitectura barroca e historia de la ciudad, sin olvidar sus notables aportaciones en arte medieval, historia contemporánea, arquitectura utópica, sociología del arte, tratadística o imagen impresa. Sus planteamientos teóricos dieron lugar a obras fundamentales. Entre sus cerca de seiscientas publicaciones monográficas, artículos y colaboraciones en libros colectivos, se encuentran títulos de referencia como Andalucía barroca: arquitectura y urbanismo(1978), Morfología y ciudad: urbanismo y arquitectura durante el Antiguo Régimen en España (1978), Bibliografía de arquitectura, ingeniería y urbanismo en España (1498-1880) (1980), Arte del franquismo (1981), La polémica ingenieros-arquitectos: siglo XIX (1985), La ciudad hispanoamericana (1986), Las claves del urbanismo (1989), Fiesta, poder y arquitectura: aproximaciones al Barroco español (1990), Cartografía militar de plazas fuertes y ciudades españolas: siglo XVII (1991), Figuras, modelos e imágenes en los tratadistas españoles (1993), Atlas mundial del Barroco (UNESCO, 2001), Monasterios iberoamericanos (2001), Arquitecturas singulares: ingeniería y arqueología industrial (2013), entre muchos otros.

A lo largo de su dilatada carrera profesional Antonio Bonet recibió prestigiosos reconocimientos nacionales e internacionales y formó parte de varias academias. Obtuvo las distinciones de comendador de la Ordre des Palmes académiques (1977) y Chevalier de l´Ordre des Arts et des Lettres de Francia (1996), el Premio Ibn Jaldun de Investigación (2005), el Premio Andrés de Vandelvira de la Junta de Andalucía (2007), la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid (2010), la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2012), el Premio Internacional Geocrítica de la Universidad de Barcelona (2013) y el Premio Fundación Amigos del Museo del Prado (2016). Fue miembro de la Sociedad de Geografía y Antropología de Guatemala y de la Sociedad Antropológica de Nicaragua, la Real Academia de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, la Real Academia de San Telmo de Málaga, la Real Academia Gallega de Bellas Artes de Nuestra Señora del Rosario de A Coruña, la Academia Nacional de Belas-Artes de Portugal, la Academia Nacional de Bellas Artes de la República Argentina y la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo.

El legado de Antonio Bonet es inmenso. Le preguntaron en una ocasión sobre alguna virtud personal y no dudo en señalar “la curiosidad. Y la entrega. Cuando me interesa una cosa me vuelco en ella. Soy un apasionado en ese sentido. No soy una persona que ve las cosas de lejos”. Este curioso perseverante será siempre un referente imprescindible de la cultura. Como los grandes de verdad, se condujo en la vida con humildad y sencillez. Una mente privilegiada que buscaba sosiego en las cosas sencillas. Confesó que “en mis ratos libres me gusta pasear, contemplar la naturaleza, estar con los amigos, hablar… hablar me gusta mucho. Hasta ahora no me he aburrido nunca”. Ciertamente, fue un brillante conversador, intuitivo y ameno, afectuoso y efusivo, siempre inteligente. Un constructor de relatos en los que alternaban su deslumbrante erudición y la cercanía de las vivencias personales. A pesar del afán del tiempo en perseguir silencios, el eco de su voz nunca quedará enmudecido.    
De la generosidad con la que Antonio Bonet Correa compartió sus conocimientos de la historia del arte con sus alumnos da razón el hecho de que toda una pléyade de ellos esté hoy al frente de departamentos universitarios, museos, bibliotecas, fundaciones… De su aguda inteligencia e inmensa curiosidad intelectual son prueba sus libros y publicaciones, ya que sería difícil encontrar un rincón, sea de la geografía de la Península Ibérica o sea de la historia de la estética, a los que no haya prestado atención. De la seriedad de su compromiso ético con nuestro país, da testimonio su continua disposición a contribuir a la vida de las instituciones, siendo tal vez la Academia de Bellas Artes de San Fernando aquella que ha tenido la fortuna de disfrutar más tiempo de su buen sentido, experiencia y cordial talante.

Vida completa y plena, Antonio Bonet Correa disfrutó de todo aquello que de este mundo cabe esperar, tanto en el ámbito de la familia y la amistad como en el de la Academia y las instituciones.

Con profunda tristeza dijimos adiós a Antonio Bonet Correa, pero también pensando que no hay mejor modo de vivir que como él lo hizo: entregado a enseñar a los demás todo lo que él sabía acerca de los secretos de la obra de arte. Secretos que nos hacen pensar que tal vez tiene sentido todavía el hablar de belleza.

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