Academia

Luis de Pablo In memoriam

3 de abril de 2022

¡Qué mezcla de sensaciones cuando, por fin, pudimos ver y oír la sexta ópera de Luis de Pablo, El abrecartas, la obra más importante del último tramo de una gloriosa carrera creativa que abarcó más de sesenta años! Fue gozoso conocer y disfrutar la riqueza de semejante partitura y sentir, a la vez, una gran pena pensando que Luis no estaba ahí, en el nacimiento de su criatura, fruto de un trabajo largo y arduo, llevado a cabo sobre el libreto de su amigo Vicente Molina-Foix, con quien había colaborado en dos de sus óperas anteriores, así como en varias composiciones vocales.

En los muy problemáticos dos últimos años de la vida del maestro, en los que el deterioro de su formidable capacidad intelectual fue notorio, tremendo, solo tuve la posibilidad de hablar con él de dos de sus obras. Una, La caída de Bilbao, cuya escucha me facilitó en su casa y que, además, pude seguir con la partitura manuscrita delante. Sus comentarios, mucho más que a la música, se referían a la formidable acogida que la ciudad de Bilbao le había hecho: se sintió mimado, recibido con cariño, sus paisanos le hicieron feliz durante días: antes del estreno, durante el estreno y después. Luis me mostraba orgulloso recortes de la prensa local, como nunca había hecho en los más de cincuenta años que llevábamos de trato y amistad. Parecía un novel… Y de la otra obra hablaba sin poder evitar cierta carga pesimista en el tono, justificada por sus negros presentimientos de que nunca iba a verla puesta en pie. Me refiero, claro, a El abrecartas: desde sus primeras conversaciones al respecto con Molina-Foix me tenía al tanto del proyecto de su ópera y hablábamos de Lorca, de Miguel Hernández y, sobre todo, Luis revivía sus juveniles conversaciones con Vicente Aleixandre y me daba a entender lo mucho de sí mismo que iba a volcar en los pentagramas de esa obra… como así fue.

Conocí a Luis de Pablo en el segundo lustro de los años sesenta y voy a permitirme contarles cómo. Residiendo en un colegio mayor y llevado por mi admiración hacia el joven director de orquesta que había sido nombrado recientemente titular de la Orquesta Nacional, Rafael Frühbeck de Burgos –que años más tarde ingresaría también en la Real Academia–, me dirigí a él para invitarle a participar en un coloquio sobre la dirección orquestal, cosa que aceptó y, en el curso del mismo, como quiera que Frühbeck se percató de mi interés por la música contemporánea, sin que nadie se lo pidiera nos dio un consejo: “Pero si tienen interés en la música de nuestro tiempo les recomiendo que se pongan en contacto con el compositor Luis de Pablo, que es el que más sabe de esto y el que mejor les puede informar”. Y dicho y hecho: me presenté a Luis en el Instituto Nacional de Previsión, en cuyo salón de actos se llevaban a cabo por entonces los conciertos de ALEA, la pionera organización puesta en marcha por Luis de Pablo para la práctica y difusión de la música más vanguardista, y unos meses después comenzó a darnos un cursillo de cinco o seis charlas que fue revelador. Manejó material fonográfico traído por él de sus viajes en Francia y Alemania, porque la discografía al alcance de los aficionados madrileños de entonces llegaba hasta La consagración de la primavera y, así, Luis de Pablo me dio a conocer músicas de Stockhausen, Ligeti, Maderna, Lutoslawski… que estaban completamente al margen de los conciertos convencionales.

De forma natural e inmediata, el maestro De Pablo me ofreció una amistad que fraguó definitivamente diez años después, a finales de los setenta, cuando Espasa-Calpe promovió una colección de biografías de compositores y, para mi sorpresa, no sólo admitió a un debutante como yo entre sus autores, sino que a mi interlocutor en la editorial le pareció estupendo que fuera Luis de Pablo el biografiado: aquel Luis de Pablo, publicado en 1980, al cumplir el compositor cincuenta años de edad, fue mi primer libro y, para escribirlo, estuve durante meses desplazándome alguna tarde a la casa que los De Pablo tenían en Alpedrete, una casa singular, obra de su amigo el arquitecto, y años después también académico de esta Casa, Antonio Fernández-Alba.

Quien está ya en la historia de la música europea de las décadas de transición del siglo XX al XXI como compositor de personalidad singularísima, tan magistral cultivador de la música instrumental como de la vocal, de la forma breve como de la macroforma y de las plantillas más variopintas –desde el solo hasta la gran masa sinfónico-coral–, ha dejado en cada uno de los campos obras maestras imperecederas y que han fecundado a muchos talentos, pues las composiciones de Luis de Pablo, tanto o más que sus clases, han abierto vías y han sido y son norte, modelo y espejo en el que mirarse para muchos compositores de las generaciones que siguen a la suya. En efecto, el maestro De Pablo ejerció la enseñanza en España y en muchos foros internacionales de Alemania, Suecia, República Checa, Bélgica, Estados Unidos, Canadá, Argentina, México, Perú y Japón y, principalmente, de Francia e Italia, países en los que su música ha circulado profusamente y que han agradecido la presencia activa de Luis de Pablo distinguiéndolo con importantes honores: Caballero (1973) y Oficial (1986) de las Letras y las Artes de Francia, Medalla de la Ciudad de Rennes (1988), Premio Honegger de Francia (2003)… Miembro de la Academia Santa Cecilia de Roma (2007), Miembro de Honor de la Reggia Accademia di Musica di Bologna (2010) y, recientemente (en 2020), León de Oro de la Bienal de Venecia. Y, por supuesto, el reconocimiento de su talento creativo y de su trabajo le ha hecho acreedor en España de innumerables distinciones, que incluyen la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1986), el Premio Nacional de Música (1991), el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid (1997), el Premio de Música de la Fundación Guerrero (2004) y el Premio Iberoamericano Tomás Luis de Victoria (2009).

¿Cómo resumir la gigantesca aportación de Luis de Pablo a la música que supone su catálogo de más de doscientas obras? Por su complejidad e importancia habría que citar sus seis óperas: Kiu (con libreto del propio Luis de Pablo adaptando una pieza teatral de Alfonso Vallejo, estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1983), El viajero indiscreto (libreto de Vicente Molina-Foix, estrenada en el mismo teatro madrileño en 1990), La madre invita a comer (igualmente con libreto de Vicente Molina-Foix, estrenada en Venecia en 1993), La señorita Cristina (libreto de Luis de Pablo a partir de Mircea Eliade, estrenada en el Teatro Real en 2001), Un parque (libreto de Luis de Pablo a partir de Yukio Mishima, estrenada en Venecia en 2005) y El abrecartas (libreto de Vicente Molina-Foix, estrenada en el Teatro Real en 2022).

La palabra, y especialmente la poesía, fue para Luis de Pablo una fuente de inspiración permanente: siento especial debilidad por su Tarde de poetas, una deslumbrante sucesión de versos de Gabirol, Larrea, Góngora, Marcial, Porta y Aleixandre, tratados musicalmente con ingenio y de variadísimas formas…, pero ahí están Sonido de la guerra sobre versos de su admirado Vicente Aleixandre, la conmovedora cantata Passio sobre un desgarrador texto de Primo Levi o las obras en las que De Pablo plasmó su especial sintonía con el poeta José Miguel Ullán: Pocket Zarzuela,Relámpagos, Circe de España y Tres de dos. También Gerardo Diego, Mercé Rodoreda, Pere Gimferrer, Antonio Machado, Jorge Guillén, Juan Gil-Albert, Caballero Bonald, San Juan de la Cruz, Gottfried Benn, George Santayana y Fernando Pessoa están en la base de muy sutiles trabajos compositivos. De los poemas interesaba a Luis de Pablo su contenido textual, lo que expresaban, pero también su métrica, su ritmo interno, cómo se articulaban las palabras, su pronunciación, su fonética… y por eso podía interesarle, como compositor, la poesía en cualquier lengua.

Pero, yendo más allá en esta idea, es muy notable constatar que Luis de Pablo llevara su pasión por musicar la palabra incluso a su música meramente instrumental: así, al citar antes su obra Tarde de poetas he dado la relación de los poetas cuyos versos se cantan, pero entre estas piezas cantadas se intercalan páginas meramente instrumentales que dialogan íntimamente con textos determinados, como reproduciendo “la música abstracta” resultante de pronunciarlos, de decirlos en voz alta: tal sucede en la Glosa instrumental a tres poetas persas: Hafiz, Saadi y Omar Khayyam, en las cuatro Transiciones instrumentales y en la Meditación instrumental que se distribuyen en el curso de Tarde de poetas. Y así sucede en la Fábula para guitarra sola, singular obra en la que Luis de Pablo aspira a llevar a las cuerdas de la guitarra la entraña misma del poema Fábula de Equis y Zeda de Gerardo Diego. O también en Ofrenda, la composición para violonchelo solo que sonó en el salón de actos de la Academia el día en que Luis de Pablo leyó su discurso de ingreso, en un momento del cual explicó la razón de ser de esta pieza: “Mi idea fue el construir una línea musical lo más cercana posible a la lengua hablada o, para ser más exacto, una obra cuya inspiración se basase en las características de la palabra, teniendo en cuenta que la construcción de relaciones interválicas, rítmicas, etc., que la música supone, exige una precisión ausente por definición del discurso hablado”.

La producción sinfónica del maestro De Pablo es otro mar, con logros tan extraordinarios como –y voy a recordar solo uno de cada década– Imaginario II (que estrenara Bruno Maderna en el Festival de Royan de 1968), Tinieblas del agua (que estrenara Jacques Mercier en Metz en 1978), Senderos del aire (que estrenara Hiroyuki Iwaki en Tokyo en 1988), Las orillas (que estrenara Víctor Pablo Pérez en el Festival de Canarias de 1991), Chiave di basso (que estrenara Rafael Frühbeck de Burgos en Milán en 2003), Ostinato (que estrenara Michele Mariotti en Bolonia en 2018) o la deslumbrante sucesión de conciertos para instrumento solista y orquesta, con tres de piano, dos de flauta (Figura en el mar y Pensieri), dos de violonchelo (Frondoso misterio y Aventura) y uno de clave, de saxofón (Une couleur…), de violín (que estrenara el académico Agustín León Ara), de guitarra (Fantasías), de arpa (Danzas secretas), de órgano (Recado), de viola y de acordeón (Amicitia).

Sólo una cita más: en 2004, el prestigioso conjunto canadiense Nouvel Ensemble Modern, estrenó en Montreal una preciosa partitura de Luis de Pablo que bien merecería ser interpretada en el salón de actos de la Academia que, de algún modo, es la “casa de Goya”: se titula Razón dormida y consta de cinco movimientos que se refieren a otros tantos grabados goyescos: Bobalicón, Las exhortaciones, Caballo raptor I, Y no hai remedio y Caballo raptor II.

Además del inmenso legado de su música, Luis nos ha dejado el recuerdo imborrable de su personalidad, la personalidad de un hombre bueno, afable, generoso, trabajador incansable y gran conversador sobre un repertorio de temas amplio y variadísimo. Hombre de gran cultura, hasta sus últimos días su inquietud y ansia de conocimiento fueron insaciables. Su biblioteca, al margen de lo musical, es testimonio de su pasión por la literatura universal. Fue un lector infatigable, atraído por obras de cualquier época y tendencia y no limitadas a la lengua castellana: leía también con fluidez en catalán, gallego, portugués, italiano, francés, inglés y alemán y estuvo siempre interesado por las culturas no occidentales. Con la muerte de Luis de Pablo, la Academia no ha perdido solamente a un gran compositor, ha perdido a un sabio.

José Luis García del Busto Arregui  

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