Como anticipaba el título, Arantxa analizó en el cuerpo del discurso el concepto, la estructura y el proceso de creación de su cortometraje Academia, Bellas Artes. Km. Cero. El encargo que recibió fue crear un testimonio breve sobre las raíces históricas, la riqueza artística, la relevancia institucional y la presencia activa de la Academia, poniendo en valor su carácter como uno de los principales referentes culturales del país. Más allá de la extensión temporal, no hubo condiciones previas, sólo el reconocimiento de las cualidades de Arantxa como guionista y directora y, por consiguiente, la conciencia de que su libertad creativa no podía ser mediatizada en el contenido, la narración fílmica o el resultado. La Academia supo que no debía esperar un producto publicitario, sino una película de autora o, si se prefiere, una obra de arte personal. Arantxa quedó expuesta a la tesitura de tener que construir su propia imagen de la Academia, con una valiosa materia prima que era preciso organizar y dotar de sentido. Se exigió a sí misma alcanzar el conocimiento de una realidad compleja y pese a admitir que le sigue pareciendo inabarcable y que sabe de la Academia menos de lo que ignora, lo cierto es que su cortometraje alumbra muchos de los aspectos esenciales de la Corporación. Su personalidad inconformista difícilmente dará por concluido el aprendizaje, por ello reconoce que la elaboración de su propio discurso le ha permitido seguir acercándose “a un asunto que estoy muy lejos de haber zanjado”. Esa exigencia de conocimiento previo coloca a Arantxa en una posición privilegiada en su ingreso en la Academia, porque al realizar la película descubrió dinámicas, aptitudes y experiencias… y las dotó de coherencia y de intensidad emotiva para descubrirlas a los demás.
En su camino tuvo que “detenerse en cada estancia; prestar atención a los muchos ecos que una historia tan larga hace posibles, los de aquellos que pasaron por aquí, las clases, las juntas, las polémicas, la música, los discursos conmovedores y conmovidos. Era necesario conocer a las personas que trabajan en la casa, entender lo que hacen y cómo lo hacen. Escuchar y también leer a los académicos, asomarse a sus saberes y personalidades. Familiarizarse, por último, con los personajes que esculpidos, pintados o fotografiados habitan día y noche entre estas paredes”.
Prescindió de la voz convencional de un narrador y de un texto establecido, con el deseo de atrapar la espontaneidad de los gestos y la inmediatez de las resonancias, incluso aquellas que llenan imperceptiblemente los silencios que, como sabiamente evocó, “contienen huellas de sonidos lejanos”. Y otorgó el papel protagonista, cedido por esa ausencia de voz, a la música que, “al igual que la literatura, tiene la posibilidad de avanzar, de discurrir en el tiempo”. La música, o mejor, su articulación con la imagen en un mismo nivel de jerarquía semántica es, de hecho, un rasgo distintivo del cine de Arantxa Aguirre. “Creo que el cine consiste precisamente en el arte de relacionar la imagen con el sonido […]. El significado nace de la relación entre los elementos”.
Entre otros muchos aciertos del cortometraje, su estructura se desliza a través de una ingeniosa trama de coordenadas y establece una secuencia de nudos de significado que definen muy bien la esencia de la Academia. Desde reconocer la herencia clásica y los valores del humanismo como columna vertebral de su identidad, y asignar al dibujo la categoría de fundamento de las artes, hasta la aceptación de la diversidad como atributo de la naturaleza académica, el ser escenario de un cruce entre disciplinas artísticas en permanente diálogo, o la atención a esos espacios donde actúan los pequeños cerebros de los dedos de las manos –según la seductora metáfora de Saramago–. “En esta casa no sólo las mentes sino también las manos juegan un papel fundamental”.
Arantxa describió a la Academia como un mundo de conocimiento, pero también de sensaciones, la casa de todas las artes, actual y receptiva, cuyo carácter abierto encontró su manifestación más elocuente aquellos días en los que el cielo cayó sobre Madrid y lo bloqueó todo, cuando la nieve del imponente temporal congeló la ciudad y, aunque a ella y a su equipo les costara llegar para seguir filmando material del cortometraje, lo “realmente excepcional fue encontrar las puertas abiertas”. Es, quizás, el testimonio más nítido de la antítesis de una institución cerrada.
El cine de Arantxa Aguirre se caracteriza por una elegante sencillez y por la emoción contenida en lo menos obvio. Su cortometraje sobre la Academia es una perfecta simbiosis de esos principios.
En el discurso de contestación, José Luis García del Busto trazó la semblanza biográfica y profesional de la cineasta y recordó sus colaboraciones con la Academia, donde en los últimos años se han presentado cuatro de sus películas: Una rosa para Soler (2014), Dancing Beethoven (2016), El amor y la muerte: historia de Enrique Granados (2018) y Zurbarán y sus doce hijos (2020).
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Arantxa Aguirre Carballeira se doctoró cum laude en Filología hispánica, pero pronto se encaminó hacia el ámbito del teatro, trabajando como ayudante de José Carlos Plaza y de Miguel Narros. Fue introducida en el cine por Mario Camus, con quien colaboró como ayudante de dirección en cuatro largometrajes y en la serie La forja de un rebelde. También ejerció de ayudante de dirección al lado de otros grandes cineastas, como Berlanga, Saura, Martín Patino o Almodóvar.
Su primer trabajo como guionista fue en el documental de López Linares Un instante en la vida ajena, sobre la fotógrafa y cineasta pionera Madronita Andreu, presentado en el Festival de Venecia de 2003 y galardonado al año siguiente con el Goya al mejor documental. Además de guionista, inició la dirección con Hécuba. Un sueño de pasión, largometraje sobre el oficio de actor, con reflexiones de más de treinta actrices y actores, espléndido trabajo de 2006 que dos años después dio lugar al libro 34 actores hablan de su oficio. En 2007 filmó Geraldine Chaplin en España.
Acabando el año 2007 murió en Lausana el excepcional coreógrafo Maurice Béjart, después de medio siglo creando belleza mediante espectáculos coreográficos aclamados en todo el mundo. Arantxa Aguirre realizaría el corto titulado Un ballet para el siglo XXI, que en 2009 tendría su prolongación en el formidable largometraje Le coeur et le courage (El esfuerzo y el ánimo), trabajos ambos de tan fulgurante efecto que, desde entonces, la cineasta se ha convertido en cronista oficial, imprescindible, de los proyectos artísticos del Béjart Ballet Lausanne. Así, les acompañó en 2010 a París, donde rodó Béjart Ballet au Palais Garnier, un espectáculo con músicas de Bartók, Boulez y Webern e, inmediatamente, realizó el documental titulado Una americana en París, sobre los temores y emociones de una joven bailarina que tuvo que debutar en la histórica Ópera de París para sustituir a la lesionada protagonista de la coreografía sobre Webern. En 2012 realizó un documental recogiendo los hitos de una gira del Ballet por China. Al año siguiente dirigió para la cadena Mezzo TV las transmisiones de coreografías diversas sobre obras de Bach, Stravinsky, Vivaldi, etc. En 2016, con ocasión del montaje en Tokio de la coreografía de Maurice Béjart sobre la Novena Sinfonía de Beethoven, se fundieron las compañías del Ballet de Tokio y el Béjart Ballet Lausanne para trabajar sobre la música servida por la Filarmónica de Israel dirigida por Zubin Mehta, en un trabajo ambicioso y complejo, multicultural y universalista, que tuvo a Arantxa Aguirre como testigo, lo que dio lugar al extraordinario largometraje Dancing Beethoven, objeto de premios y elogiosas críticas internacionales. Finalmente, en 2017, filmó la maravillosa versión danzada por el Ballet Béjart Lausanne de la ópera La flauta mágica de Mozart, una de las últimas coreografías creadas por Maurice Béjart, espectáculo y film de inefable belleza.
No ha sido el Béjart Ballet el único tema sobre el que ha trabajado Arantxa Aguirre. Cabe apuntar dos documentales sobre teatro: Nuria Espert. Una mujer de teatro, realizado en 2012 para la serie Imprescindibles de TVE, y La zarza de Moisés, en 2017, sobre la compañía teatral Els Joglars que fundara Albert Boadella y dirige desde 2012 Ramon Fontserè. Y otros dos de tema musical: Una rosa para Soler, en torno a la música del Padre Soler, y El amor y la muerte, largometraje realizado en 2018 sobre la figura humana y musical del compositor Enrique Granados.
En 2020 estrenó el magnífico documental Zurbarán y sus doce hijos, que acerca a trece cuadros excepcionales de Zurbarán y narra la larga y azarosa andadura de estas pinturas hasta recalar en el castillo de Auckland, donde las colgó para su deleite el obispo de Durham en 1756, precisamente cuando la Real Academia de San Fernando estaba dando sus primeros pasos. Además de este documental –primera incursión como cineasta de Arantxa Aguirre en el arte pictórico–, también en 2020 llevó a cabo un trabajo para la Comunidad de Madrid y para la Academia, el cortometraje Imagen de la vida que se proyectó en la exposición sobre Galdós con motivo del centenario de la muerte del escritor. Los títulos de los trabajos de Arantxa Aguirre son siempre significantes: “Imagen de la vida es la novela”, había escrito Benito Pérez Galdós en su discurso de ingreso en la Academia Española en 1897. Ya en 2003 Arantxa Aguirre había ganado el Premio de Investigación Pérez Galdós por su libro Buñuel, lector de Galdós, en el que convergían sus pasiones por el cine y la literatura.