Academia

La Academia recuerda a Antonio Gallego Gallego

8 de abril de 2024

Ismael Fernández de la Cuesta, musicólogo y compañero, pronunció la laudatio en memoria de Antonio Gallego Gallego (1942-2024), recordando su figura como musicólogo y pedagogo. El acto se completó con la intervención musical del organista Aarón Ribas y la interpretación de los movimientos Grave y Andante de la Sonata para violín solo de Johann Sebastian Bach, a cargo del violinista Joaquín Torre Gallego, nieto de Antonio Gallego Gallego.

Agradezco muy de veras a los componentes de la Sección de Música de esta Real Academia y muy en especial a don Tomás Marco el que me hayan encomendado la tarea de pronunciar la laudatio necrológica de tan insigne y querido compañero Antonio Gallego. Siento infinita emoción al recordar hoy ante ustedes a quien ha sido mi amigo durante más de sesenta años. Fue él, precisamente, quien pronunció el discurso de mi recepción en esta Real Casa y soy yo el que en estos momentos hago su despedida. Pido disculpas por anticipado si en algún momento de mi discurso se me quiebra la voz al aludir a nuestras experiencias profesionales comunes.

Fue a través de Federico Sopeña, académico y director de esta Real Casa, como conocí e inicié mi relación profesional con Antonio Gallego. Siendo Comisario General de Música del Ministerio de Educación y Ciencia, en el verano del 1972, el Padre Sopeña me rogó encarecidamente que viniera a cantar al Teatro Real de Madrid con el Coro de la Abadía de Santo Domingo de Silos. Era yo, a la sazón, Prior y Maestro del Coro de Monjes. El concierto tuvo lugar en la fiesta de Santa Cecilia, 22 de noviembre de ese mismo año 1972. Fue precisamente ese día del concierto cuando tuve el primer contacto con Antonio Gallego. El concierto de canto gregoriano en el Real con los monjes de Silos alcanzó tal repercusión en los medios nacionales e internacionales, que una buena parte de los monjes, incómodos por tal repercusión, criticaron acerbamente mi actuación como Maestro de Coro hasta el punto de hacer extraordinariamente difícil mi permanencia dentro del monasterio. Así, a principios del año 1973 abandoné el monasterio para emprender una vida civil gracias a la secularización que me otorgó el Papa Pablo VI. A partir de entonces mi relación personal con Antonio Gallego se hizo cada vez más estrecha, notablemente desde que tanto Monseñor Sopeña como el Padre Samuel Rubio, a la sazón catedrático de Musicología en el Real Conservatorio, me llamaran para impartir en su Departamento la especialidad de Canto Gregoriano. Desde años antes, Antonio Gallego era ya, en dicho Centro, Profesor de Estética e Historia de la Música.

Pido de nuevo disculpas, querido director, compañeros académicos y amigos todos, por este testimonio personal previo en un día, para mí, tan lleno de emoción.

La biografía particular y profesional de Antonio Gallego es sumamente rica y extensa. Señalaré tan solo algunos datos significativos. Nació en Zamora el 21 de abril de 1942 pero su espacio natural era el de Aldeanueva de la Vera, en la provincia de Cáceres. Allí tenía su casa para descansar y también para trabajar en temas de música y arte con la selecta y amplia biblioteca que allí poseía. Cursó estudios en el Colegio Sagrado Corazón de la Compañía de Jesús en Carrión de los Condes. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y en Historia del Arte por la Complutense de Madrid, se  formó musicalmente en los Conservatorios de Salamanca y Valladolid, donde consiguió el título de Profesor de Piano. Catedrático de Estética e Historia de la Música y Catedrático de Musicología del Real Conservatorio Superior de Madrid, llegó a desempeñar el cargo de subdirector durante un tiempo, 1979, siendo director el Catedrático de Órgano Miguel del Barco.

En 1969, Antonio Gallego fue designado por nuestra Real Academia oficial mayor de su secretaría, a propuesta de Federico Sopeña. Poco después, en 1971, fue nombrado secretario técnico de la Calcografía Nacional por don Enrique Lafuente Ferrari. Desempeñó ambos cargos hasta 1978.

Entre 1980 y 2005 dirigió los Servicios Culturales de la Fundación Juan March​, donde fundó la Biblioteca de Música Española Contemporánea. Fue vocal del patronato de la Fundación Archivo Manuel de Falla y presidente de su Comité científico, así como secretario del Patronato de la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero. Director de la Escuela de Musicología Federico Sopeña de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo entre 2000 y 2005. En dos períodos distintos fue vocal del Patronato de la Real Academia de España en Roma. A partir de 2002 fue también académico numerario de la Real Academia Extremeña de las Letras y las Artes.

La participación de Antonio Gallego como académico numerario en las sesiones plenarias de nuestra Corporación fue siempre activa y no pocas veces beligerante. Recuerdo su abrupta dimisión como presidente de la Comisión de Monumentos por no aceptar consignas e imposiciones de la dirección de la Academia.

Afectado ya por la dolorosa enfermedad que le llevó a la muerte, me manifestaba cada lunes, durante muchos meses, su deseo de venir conmigo en coche a la Academia. El trayecto de ida y vuelta desde nuestras viviendas en Pozuelo de Alarcón hasta esta Casa era motivo de animada conversación sobre mil temas de todo interés, “de omni re scibili”, como decían los romanos.

Sobre su actividad profesional como musicólogo, es preciso señalar que su contribución al estudio de la música en España tuvo como hecho determinante su decisiva participación en la creación de la Sociedad Española de Musicología en 1977, de cuyo órgano científico oficial, la Revista de Musicología, fue director en 1979. Podría seguir aportando infinitos datos. Los más pertinentes están recogidos en el discurso de la recepción pública de Antonio Gallego en nuestra Real Academia el día 28 de abril de 1996 pronunciado por nuestro compañero inolvidable Carlos Romero de Lecea, que sería ocioso leer hoy aquí. Recomiendo vivamente su lectura.

La lista de sus publicaciones, libros, artículos científicos y de divulgación en revistas y periódicos es inmensa. Me permito referirme tan solo a una de ellas, al tomo II de Historia de la Música, Madrid (Historia 16, Información e Historia) 1997, por cuanto fui yo el encargado de redactar el tomo I. Cuando recibimos el encargo bromeábamos sobre los períodos históricos encomendados a cada uno de nosotros. Yo insistía en la injusticia de haber sido obligado por los editores a escribir toda la historia de la música del ser humano desde Adán y Eva, o sea, desde el Paleolítico Superior hasta el siglo XVIII, en tanto a él le habían encomendado la historia de tan solo los dos últimos siglos de nuestra era. Más allá de estas bromas, una vez publicados los dos volúmenes, le expresé mi admiración especial por los últimos capítulos de su libro dedicados, respectivamente, al “Serialismo, Aleatoriedad Electroacústica”, y a “La música del Siglo XX en España” donde con gran precisión define la obra de los más grandes maestros, desde Falla hasta el momento en que escribe la obra. Por cierto, en el último párrafo de la obra dedicado a “Las últimas generaciones” dice textualmente: “Entre los músicos de la generación de 1951 y las nuevas promociones que hoy ya están en la mitad de su carrera o simplemente comenzándola, destacan varios músicos nacidos en la década de los cuarenta y que cuentan con una obra tan sólida como bien acreditada… El más precoz fue sin duda el madrileño Tomás Marco”. Antes de este párrafo había citado a todos los compositores contemporáneos que han sido compañeros en nuestra Academia.

***

No puedo finalizar esta intervención sobre mi querido amigo Antonio Gallego, sin referirme a su extraordinaria familia, notablemente a sus esposas Hertha e Inmaculada. Hertha era una auténtica artista y muy madre de sus tres hijos. Tengo infinitas anécdotas que podré contar fuera de este académico acto. Tras el fallecimiento prematuro de Hertha, Inmaculada Quintanal fue su segunda esposa amorosa. Tengo recuerdos imborrables de ella desde cuando era alumna mía de Canto Gregoriano en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Después de quedar viudo por el fallecimiento de ambas, Antonio sufrió un grave deterioro físico que arrastró hasta a su fallecimiento.  Reservo para otro lugar y tiempo describir estos recuerdos.

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Querido Antonio:

                  Allá donde estés, déjame pedir a los angelitos del cielo que te reciban alborozados en el paraíso. Se lo pediré cantando, que es como a ellos les gusta recibir a los santos con estas palabras que, del latín, traduzco al castellano: “Recíbante los ángeles en el paraíso y, tras presentarte a todos los santos, entra con gozo en la Jerusalén celeste”: In paradisum deducat te Angeli, et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem.

Muchas gracias.

Ismael Fernández de la Cuesta

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