Autoridad en la crítica internacional de arte, respetado comisario de exposiciones, referente imprescindible del arte español contemporáneo, Calvo Serraller fue un pensador de gran talento intelectual, original y valiente en sus propuestas, brillante y seductor en la comunicación de sus ideas, con una sensibilidad abierta a un conocimiento humanístico muy amplio, interesado por la filosofía, la literatura, el cine, la música, la ciencia…
A finales de la década de los setenta formó un activo equipo junto a Ángel González en la gestión y programación de la legendaria galería Multitud (1974-1978).
En 1970 inició su actividad docente en la Universidad Complutense de Madrid, donde sería catedrático de historia del arte contemporáneo desde 1989 y, dos años más tarde, director del Departamento de Arte Contemporáneo. Participó en numerosos cursos, ciclos de conferencias, congresos y seminarios nacionales –Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Fundación Ortega y Gasset, Círculo de Bellas Artes de Madrid, Fundación Amigos del Museo del Prado, Fundación Mapfre…– e internacionales, invitado por las universidades de Princeton y Florencia, el Warburg Institute de Londres y el Museo del Louvre. Fue asesor del comité científico del Centro de Investigaciones de Nuevas Formas Expresivas (CINFE), vocal de la junta directiva de la Asociación Hispania Nostra, del Círculo de Bellas Artes y del consejo rector del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), asesor del Instituto de Estética y Teoría de las Artes y patrono de la Fundación Casa de la Moneda, de la Fundación Gustavo Torner y de la Fundación Ortega y Gasset. Obtuvo numerosos reconocimientos, entre ellos, el Premio Nacional del Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos (1980), el Premio Internacional Puerta de Oro (1983), el Premio del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (1985), el Premio de Crítica de Arte ‘Camón Aznar’ (1987) y, ese mismo año, resultó finalista del Premio Nacional de Ensayo. En 2017 la Universidad de Salamanca lo invistió Doctor Honoris Causa.
Fue comisario de importantes exposiciones, entre las que cabe mencionar, Le siècle de Picasso (Musée d'Art Moderne de París, 1987), Naturalezas españolas (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 1988), Dobles figuras (Oxford University, 1986), Antípodas: una selección de arte español actual (Pabellón Español de la Expo 88, Brisbane, 1988), Pintura española del siglo XIX en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana (Fundación Mapfre, 1996), El simbolismo en España (Fundación Mapfre, 1997), El bodegón español. De Zurbarán a Picasso (Museo de Bellas Artes de Bilbao, 1999), Goya. La imagen de la mujer (Museo del Prado, 2001), Flores españolas del Siglo de Oro (Museo del Prado, 2002), Luz de la mirada (Museo Esteban Vicente, 2002), El expresionismo abstracto americano en las colecciones españolas (Museo Esteban Vicente, 2003), El pop español: los años sesenta. El tiempo reencontrado (Museo Esteban Vicente, 2004), Picasso. Tradición y vanguardia (Museo del Prado, 2005), Pintura española de El Greco a Picasso (Guggenheim Museum, 2006), Modigliani y su tiempo (Museo Thyssen-Bornemisza, 2008), Arte español en la colección del IVAM (IVAM, 2010), Goya y el infante Don Luis: reino y exilio (Palacio Real de Madrid, 2012) o El Museo del Prado y los artistas contemporáneos (Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2014).
Autor de publicaciones de referencia, entre cuyos títulos más destacados se encuentran Edición crítica de Los diálogos de la pintura de Vicente Carducho (1979), Teoría de la pintura del Siglo de Oro (1981), El Guernica de Picasso (1981), España: medio siglo de arte de vanguardia: 1939-1985 (1985), El arte visto por los artistas (1987), Imágenes de lo insignificante. El destino histórico de las vanguardias en el arte contemporáneo (1987), Del futuro al pasado. Vanguardia y tradición en el arte español contemporáneo (1989), La novela del artista (1990), Artistas españoles entre dos fines de siglo: de Eduardo Rosales a Miquel Barceló (1991), Velázquez (1991), La senda extraviada del arte (1992), Enciclopedia del arte español contemporáneo (1992), Escultura española actual (1992), Breve historia del Museo del Prado (1994), El Greco (1995), La imagen romántica de España. Arte y arquitectura del siglo XIX (1995), El siglo XIX en el Museo del Prado (1996), Las meninas de Velázquez (1996), Goya (1996), Rafael (1997), Paisajes de luz y muerte: la pintura española del 98 (1998), El arte contemporáneo (2001), Miquel Barceló. El taller de esculturas (2002) o La constelación de Vulcano. Picasso y la escultura del hierro del siglo XX (2004).
Como crítico ocupó la plaza titular de arte en El País desde la fundación del diario en 1976, ejerciendo, a juicio de sus compañeros, una autoridad normativa, casi omnipresente.
Ante este admirable bagaje, hay que reconocer que fue el Museo del Prado la entidad cultural que recibió una atención prioritaria de Francisco Calvo Serraller. Resulta paradójico que, pese a la brevedad de su estancia en la dirección del Museo, entre los años 1993 y 1994, el historiador haya marcado una influencia tan decisiva y determinante en su devenir y modernización. Su efímera gestión al frente del Museo dejó una sólida herencia. De hecho, fue entonces cuando la pinacoteca adquirió una obra de capital importancia en la fortuna crítica de Goya, su Cuaderno italiano, y proyectó un ambicioso programa para la conmemoración del ciento setenta y cinco aniversario de la fundación del Museo. Él siempre lo reconoció: “El Prado ha cumplido un papel fundamental en mi vida, ha sido una de las luminarias más esenciales para poder orientar no solamente mi actividad profesional sino mi ser mismo”. Tutor intelectual de la programación de la Fundación Amigos del Museo del Prado, mentor del director con mayor trayectoria del Museo y de muchos de sus conservadores, director de la magna Enciclopedia del Museo del Prado, organizador y conductor de numerosos cursos en la pinacoteca con prestigiosos historiadores del arte nacionales e internacionales junto a relevantes artistas, escritores, filósofos, músicos o científicos… la impronta de Calvo Serraller ha marcado la evolución del Museo del Prado durante las dos últimas décadas.
En la postrera de sus lúcidas colaboraciones para El País, publicada el 23 de octubre de 2018, cabía intuir su despedida: “No se puede perder de vista que la vida es un don, ni el papel que cada uno de nosotros debe desempeñar en su breve transcurso, pase lo que pase. Porque pasa siempre, en el fondo, lo mismo, pero nunca de la misma manera. […] La mejor definición de la virtud de la humildad (término que procede del latino humus, que significa tierra, o sea, que el humilde es quien acepta volver a la tierra) es que, sin el despojamiento final del ser humano, no habría coraje que valga”.
Quizás, la síntesis más precisa de su legado y de su gratitud a la vida, fueran las palabras que pronunció en 2017 en el discurso de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca: “Mi compromiso permanente con el Museo del Prado, al margen de mi paso fugaz por su dirección, mi dedicación al ejercicio de la crítica de arte y al comisariado de exposiciones, y, en fin, mi condición impenitente de escritor y conferenciante en los foros más diversos, han colmado con sus respectivos dones mucho más de lo esperado y merecido, pero incluso de no haber sido tanto así, creo que, a estas alturas, también entonaría un canto de agradecimiento a la vida y a su reverso mortal por darme la azarosa oportunidad de existir”.
Un existir, el suyo, con exultantes cimas y muy dolorosos reveses… como la muerte de su amada hija Marina. La bella despedida que le escribió podría ser también la suya: “¡Ay, en nuestro atribulado mundo, cuán poco nos fijamos en el tesoro de estos seres diferentes, los únicos capaces de arrojar algo de luz a nuestra ciega existencia!”.
Sesión académica en memoria de Francisco Calvo Serraller. PDF (1,6 Mb)
Nada era más premonitorio y testimonial que esta confesión de amistad y afinidad electiva en materia artística. En realidad, sus palabras elogiando el arte y el diálogo eran una declaración de correspondencia con las personas afines en los criterios éticos y estéticos. Paco que amaba la vida intelectual y a la vez los “alimentos espirituales”, gozaba por igual con la contemplación y el trato cercano con el arte, la conversación, la lectura literaria de un libro y los manjares gastronómicos de la buena mesa. Trabajador incansable sabía también sacarle al ocio, culto y estético, su parte positiva de deleite intelectual. Como recientemente ha recordado el pintor Carlos Savater, para Paco Calvo “el arte no tenía que ser útil nada más que para iluminar la vida”.
Es verdaderamente ejemplar como Paco, con la serenidad de los antiguos filósofos estoicos, se enfrentó a su enfermedad y fallecimiento. La muerte apacible y tranquila, del sabio y del justo, en su versión más prístina mostró la fortaleza moral y la entereza psíquica de orden mental de Paco. Sin desesperados gestos ni alardes dramáticos, resistió con serenidad el dolor de quien se encuentra en el umbral de la agonía. Paco Calvo se despidió de sus allegados y amigos.
La desaparición definitiva de una persona cercana y allegada a nuestra vida, cuando dicha persona es mucho más joven que uno, produce un trauma difícil de sobrellevar. El fallecimiento súbito de un ser amigo deja un sentimiento de vacío y ausencia, revelándonos el misterio de la alteridad, del otro y del yo mismo, del “echarlo de menos” y el no querer olvidarlo, teniéndolo siempre presente. Cicerón afirmaba que los “muertos están vivos”, aunque su presencia espectral sea fantasmal. La muerte del joven amigo nos provoca la vivencia de nuestra propia muerte. En mi caso respecto a Paco Calvo mi dolor filial es el del maestro que pierde a su mejor discípulo.
Para hacer la laudatio de Paco me veo obligado a hacer mención de mi relación personal de amistad y también profesional. A Paco lo conocí en el año 1972 cuando yo, tras ser catedrático en la Universidad de Murcia y en la Universidad de Sevilla, regresé a Madrid para incorporarme a la Universidad Complutense dentro del Departamento de Historia del Arte Moderno. En tanto que catedrático tenía la necesidad de contar con profesores auxiliares y ayudantes. En aquella época las cátedras estaban organizadas a la manera germánica, por medio de seminarios. Fue entonces cuando descubrí a Paco, joven licenciado en Historia del Arte y Filosofía, que dudaba entre la dedicación a la historia cultural o la del arte. Entonces formaba un tándem con su amigo y compañero Ángel González García. Paco entró en mi seminario y Ángel en el del cosmopolita Xavier de Salas. En mi seminario también entró José Antonio Ramírez, que había sido alumno mío en primero de comunes en la Universidad de Murcia. Aparte de muchos otros como Antonio Martínez Ripoll y Aurora León, los nombres de Carlos Sambricio, Jaime Brihuega, Delfín Rodríguez, Sofía Diéguez, Mª Luisa Martín de Arjila, Estrella de Diego y Beatriz Blasco Esquivias, pertenecieron al grupo de punteros entusiastas renovadores de una disciplina que hasta entonces en España estaba dominada por el positivismo más simplista y elemental. De las personas amigas y afines al seminario hay que mencionar al independiente profesor de estética Simón Marchán, hoy distinguido catedrático emérito e ilustre académico de San Fernando.
El año 1972, en el que Paco Calvo comenzó su andadura universitaria, está considerado como una fecha a partir de la cual se inicia un cambio en los estudios y la forma de entender la Historia del Arte. El catedrático de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Borrás Gualis en su libro Como investigar en historia del arte. Una crítica parcial de la historiografía del arte en España (Barcelona, 2001) escribe: “Varios historiadores del arte hemos coincidido en señalar la fecha 1972 como un momento clave de inflexión positiva en la historiografía española”. La publicación en castellano de los Estudios sobre iconografía de Erwin Panofsky, con un famoso prólogo de Enrique Lafuente Ferrari, la edición castellana del libro de Julián Gállego, Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro, y la aparición de la revista Traza y Baza, dirigida por Santiago Sebastián, marcaron el hito histórico en 1972. A la vez, y sin duda con una gran incidencia en el mundo estudiantil, el cambio y el futuro desarrollo de una nueva historia del arte se reforzó con la creación, en 1967 de una nueva Licenciatura del Historia del Arte, primero en la Universidad Complutense y en 1968 en las Universidades Autónomas de Madrid y Barcelona y a continuación de manera paulatina en el resto de las universidades españolas. En la década de los 70, al incorporarse España al Comité Internacional de Historia del Arte, que celebró su XXIII Congreso en Granada y Sevilla, se abrieron unas fronteras que mentalmente estaban cerradas a las corrientes renovadoras imperantes en los países extranjeros. La creación del Comité Español de Historia del Arte, CEHA, que celebró su primer congreso nacional en Trujillo, en 1977, fue el paso decisivo a la nueva etapa, en la que todos los profesores universitarios e investigadores de arte españoles se relacionaron entre sí e intercambiaron métodos e investigaciones comunes.
Francisco Calvo Serraller es uno de los referentes más destacados de la nueva generación que a partir de los años 70 cambió el panorama de la historiografía artística española. Su biografía es la de una persona con gran capacidad intelectiva, un aquilatado gusto estético, que desarrolló de manera impecable en la docencia, la investigación y la difusión del saber artístico. También la de un gran trabajador que alternó su afán de conocimiento con la gestión cultural. Con un gran bagaje erudito y una enorme curiosidad supo no sólo transmitir su sabiduría a sus alumnos y discípulos universitarios, sino también al público culto, lector de la prensa que escucha conferencias y coloquios, visita museos y exposiciones y está atento a todo lo que se refiere al arte, tanto del pasado como del presente.
Como historiador del arte Paco Calvo ha incrementado la bibliografía de la literatura artística del Siglo de Oro español. Su edición crítica de los Diálogos de la pintura de Vicente Carducho (1633), y su libro antológico Teoría de la pintura del Siglo de Oro (1981), son dos aportaciones capitales para el conocimiento de la práctica y las doctrinas estéticas del momento estelar del arte español. Otra importante contribución histórica es el Epílogo que en 1982 escribió sobre las Academias artísticas en España para completar la versión en castellano del clásico libro Las academias de arte de Nicolas Pevsner. Al detallado estudio de las academias artísticas de los siglos XVI y XVII en España, hay que añadir la parte que comprende la Academia de San Fernando en el siglo XIX, con polémicas tan significativas como la que planteó el libro El artista en Italia del pintor José Galofre que, contrario a la enseñanza artística de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, para su publicación obtuvo, paradójicamente, el informe favorable de la corporación.
En tanto que hombre de su tiempo Paco siempre se interesó por el pensamiento de los artistas vivos en el siglo XX. Fruto de su amistad y de los cursos de verano en la universidad Menéndez Pelayo publicó en el año 1987 el libro El arte visto por los artistas en el cual recoge textos y conversaciones con los más destacados pintores y escultores de la segunda mitad de la pasada centuria, muchos de ellos hoy ya fallecidos. Dentro del género de los testimonios y las opiniones de un artista, mencionemos el Diccionario de las ideas recibidas del pintor Eduardo Arroyo (1992). La compenetración de ambos fue de sobra conocida. Por otra parte, Arroyo era tan escritor como pintor y un gran comunicador de sarcástica y lúcida inteligencia.
Un libro que rebasa las habituales limitaciones de la investigación universitaria española es la Novela del artista. El creador como héroe de la ficción contemporánea, publicado en 1990 y corregido y aumentado en 2013. En este libro Paco siempre atento al estudio del siglo XIX, aborda una cuestión palpitante respecto a la vida y la obra de los artistas contemporáneos. El tema está planteado teniendo en cuenta los cambios enormes que se operaron en el mercado del arte con el advenimiento del poder laico de la burguesía que sustituye al tradicional encargo por parte de las instituciones religiosas. El mito del artista como Prometeo que quiere igualarse a los dioses es la tragedia del genio que fracasa rotundamente hasta llegar a la destrucción de su frustrada obra y al suicidio. La vida de los bohemios tiene una crónica en la literatura narrativa decimonónica: el estudio de la novela de Balzac, La obra maestra desconocida (Le chef d´oeuvre inconnu) (1841) en la que el pintor Frenhofer acaba realizando un cuadro borroso y de caótica composición, en el cual sólo un pie es visible al estar todo el conjunto tapado por líneas y manchas de color que no dejan ver la belleza del cuerpo femenino de la modelo. En cierto sentido esta obra es el punto de partida de un arte abstracto. De igual manera Cézanne se sentía identificado con Frenhofer y más tarde se sintió aludido con el protagonista de la novela L´oeuvre, de su amigo de infancia Emilio Zola.
Paco Calvo completa el estudio de la obra maestra desconocida del Balzac con una cuarta parte del libro titulada Los hijos de Frenhofer. En este texto añadido analiza entre otras las obras del escritor, pintor y fotógrafo Strindberg, Guy de Maupassant, la película del cineasta ruso Andrey Tarkovsqui sobre el monje Rublef o la novela La quimera de Emilia Pardo Bazán (1904). Entre las obras más significativas recordemos la película de Albert Lewin, basada en una de Somerset Maugham, en la que se relata la vida de Gauguin y su aventura en la Polinesia. A este propósito recordemos que esta película proyectada en España en los años 40, con el título Soberbia, produjo un enorme impacto en el medio artístico español.
Además de profesor universitario, Paco fue crítico de arte. En este campo su dedicación ha sido constante y ha contribuido poderosamente a la formación de gran número de personas amantes del arte. Desde la fundación de El País ha escrito numerosos artículos sobre arte. También ha redactado numerosas introducciones de catálogos editados por las galerías más prestigiosas. A la vez, ha publicado monografías sobre artistas contemporáneos. Consciente de su labor, siempre ha reflexionado sobre la literatura artística de carácter crítico que desde el siglo XVIII, con autores como Diderot y Lessing, no ha cesado de discurrir paralela a la labor de los historiadores del arte.
La vida profesional de Paco se desarrolló entre los dos polos, el del historiador y el del crítico de arte. Cuando en el año 2001 ingresó en la Academia, sorprendió con un discurso autobiográfico de hondo calado filosófico. Titulado Naturaleza y misión de la crítica de arte, en su texto muestra cómo ha simultaneado las dos facetas de su doble personalidad. Durante el día de probo profesor y por la noche de exaltada fiera crítica. Algo así como el protagonista de la novela El extraño caso del doctor Jekyll y de Mr. Hyde (1886) de Stevenson.
Difícil resulta resumir aquí tan importante discurso académico. Tan solo quiero señalar que detalla la soterrada discusión que sostuvieron Roberto Longhi y Lionello Venturi acerca de la unión que debiera o no existir entre la historia y la crítica del arte. Esta vieja cuestión planteada por Benedetto Croce, llegó a España por medio de Enrique Lafuente Ferrari. La crítica de arte nacida bajo la Ilustración en el siglo XVIII en contra del poder de las monarquías absolutas y las doctrinas canónicas de la Iglesia, fue motivada por el afán de la libertad en el arte y la vida que triunfarían con el Romanticismo. Paco, que siempre se sintió atraído por el pensamiento moderno de Baudelaire, confesó en su discurso el deseo de comprender el arte desde el sentido crítico más prístino. Jano, bifronte, en su discurso plantea numerosas interrogantes y digresiones para finalizar con una confesión personal al decir: “Por eso dejadme que, para terminar, proclame lo que me gustaría llegar a ser, aunque parezca monstruoso: un crítico de arte”, lo cual, sin ninguna duda lo consiguió con creces.
El seminario en el que Paco hizo sus primeras armas estaba consagrado al Barroco. Ahora bien, mi inclinación al arte contemporáneo hizo que todos sus componentes siguieran con atención las nuevas corrientes artísticas entonces en trance de cambio radical. A este propósito quiero contar cómo Paco, junto con una serie de artistas jóvenes cómo Guillermo Pérez Villalta, o Rafael Pérez-Mínguez, pintor muy dotado que acabó loco, participó en la primera Semana del Arte Contemporáneo en el entonces recién fundado Colegio Universitario de Toledo que dirigía el catedrático de Psiquiatría Pedro Ridruejo, del cual Paco fue su ayudante en la Universidad de Madrid. Todavía veo a Paco con mi hijo Juan Manuel llevando una pancarta con una frase ingeniosa sobre el arte y la vanguardia. También recuerdo la broma que gastaron a Pedro Ridruejo, diciéndole que iba a venir a dar una conferencia el profesor alemán de fama mundial Marx Brothers. Al final para justificar su ausencia hicieron que desde Madrid alguien enviase un telegrama oficial excusando el no poder viajar hasta Toledo. Más que una falta de respeto al crédulo profesor universitario esta broma era una chanza vanguardista como las que gastaban en los años 20, en la Residencia de Estudiantes, Lorca, Dalí y Buñuel.
Más seria y transcendental fue por parte de Paco y Ángel González la creación en el año 1975 de la Galería Multitud. Las exposiciones que organizaron fueron memorables: la pintura regionalista comisariada por Carmen Pena, La Barraca, la escenografía teatral española comisariada por Nieva, el cubismo, el surrealismo comisariada por Jaime Brihuega, José Caballero Sáez de Tejada, Sender, Úrculo, Ramón Gaya y Gustavo Torner. En el fondo todas ellas eran una revisión de la vanguardia y la tradición artística española.
En los años de plenitud de su madurez profesional, Paco fue comisario de importantes exposiciones de arte español contemporáneo, tanto en España como en el extranjero: el Museo de Arte Contemporáneo de París, la Universidad de Oxford, el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid, la Fundación Mapfre y el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
La vida de Paco Calvo ha estado enteramente consagrada al estudio y la crítica de arte, pero también al fomento de la cultura y la defensa y difusión de sus valores, en pro de una sociedad libre y evolucionada. Demasiado prolijo sería el mencionar aquí todas sus participaciones en cursos, congresos y coloquios. También el hacer la relación pormenorizada de su pertenencia a consejos, comités y asesorías de círculos e instituciones intelectuales. Sólo mencionemos que además de miembro fundador y vocal del Consejo de la Fundación de Amigos del Museo del Prado se ha ocupado durante muchos años de la organización de las actividades llevadas a cabo por esta institución presidida por el duque de Soria. El buen hacer de Paco siempre estuvo a favor del Museo del Prado, del que fue director entre 1993 y 1994. Paco, en tanto que programador de la Fundación de Amigos del Prado, siempre estuvo en perfecta sintonía con la excelente política museística de Miguel Zugaza, el director durante años del Museo del Prado y amigo incondicional suyo.
Para acabar este elogio académico evoquemos las virtudes y las excelencias de nuestro desaparecido compañero. Su aura personal, su manera de estar en el mundo, su distanciamiento de lo vulgar y su cordialidad eran excepcionales. Su amor a la vida, a sus ritos y ceremonias lo hacen acreedor de todo nuestro respeto.
Persona para la cual el arte, tanto del pasado como del presente eran la luz y la sal de la vida, Paco desde su juventud sufrió el llamado síndrome de Stendhal. Este síndrome se debe a la fortísima emoción que el novelista francés, admirador de Winckelmann hasta el punto de que su pseudónimo es el nombre de la población en la que nació el gran arqueólogo alemán fundador de la moderna historia del arte, sintió al entrar en la Santa Croce de Florencia. Embargado por lo sublime del arte estuvo a punto de desmayarse y caer al suelo. Paco Calvo, que nunca fue un doctrinario, era un hombre en extremo sensible, que como señaló Juan Carlos Savater, “valoraba el arte nada más y nada menos que como arte”. En tanto que historiador y crítico, de honda raíz humanística, pertenecía a la línea del historiador del arte André Chastel o el poeta Yves Bonnefoy. Personaje con profunda sabiduría al final de su existencia emprendió con una serenidad infinita su último viaje. Verdaderamente conmovedora fue su última colaboración en El País. Al glosar el coraje del escritor Paul Tillich, su texto era un canto a la vida antes de su desaparición de este mundo mortal.
Salve admirado y querido compañero. Tu nombre figura ya, con letras de oro, en el laureado Parnaso español. En el fugaz tránsito de la vida entre dos eternidades, aquellos que como tú dejan una obra bien hecha y legan un modelo ejemplar de existencia, merecen ser siempre recordados y alabados.
Antonio Bonet Correa