Antón García Abril nació en Teruel en 1933, hijo de Agustín García, músico aficionado que tocaba el saxofón en la banda municipal, “de quien recibe el amor por la música y el respeto y admiración por las bandas”. Sus primeros estudios oficiales los realizó en el conservatorio de Valencia a partir de 1947, con Manuel Palau, Francisco León Tello y Enrique Gomá. Fue, sin embargo, Leopoldo Querol, quien descubrió su talento al escuchar sus primeros bocetos para piano y le aconsejó que se marchase a estudiar a Madrid, ayudándole a conseguir su primer trabajo como profesor de historia de la música en el Instituto Ramiro de Maeztu.
Valencia fue también la época en la que descubrió el mar, una fascinación que dejó huella en su pensamiento y su creación a lo largo de toda su existencia: “Nunca podré olvidar la impresión de magnitud que sentí al contemplar la primera vez el Mediterráneo, mi encuentro se produjo un día de otoño, desde la playa totalmente solitaria de la Malvarrosa. […] En esa playa viví largos espacios de meditación y contemplación, también dediqué mucho tiempo al estudio de la armonía”. Ya lo decía Neruda: “Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia”. Cantos de pleamar, El mar de las calmas, Tres poéticas de la mar, Fantasía mediterránea son algunos de los títulos que reflejan la trascendencia de la naturaleza en su obra.
Madrid le recibió en 1952, para continuar su formación en el Real Conservatorio Superior de Música; entre sus maestros, Francisco Calés, Manuel García Matos y el académico de esta corporación y compositor Julio Gómez, quien fue un punto de inflexión fundamental en su carrera. Son años en los que simultanea la ampliación de estudios, entre 1954 y 1956, en la Accademia Chigiana de Siena con Paul van Kempen en la dirección de orquesta, Angelo Francesco Lavagnino en la música cinematográfica y Vito Frazzi en la composición, quien se encontraba inmerso, por estas fechas, en la creación de su ópera Don Chisciotte, Interpretazione musicale della vita del Cervantes e del commento di Unamuno, un mundo, el de la inspiración cervantina, que estuvo muy presente en la obra de García Abril. Coincidió con el joven pianista Joaquín Achúcarro, autor del texto de la Cantata a Siena, a la que pondría música, una aventura de juventud de estos dos grandes artistas, que le sirvió para obtener, en 1955, el Premio Internacional de Composición convocado por la Accademia, para celebrar el XXV aniversario de su fundación.
Siena fue también el momento en que se produjo el encuentro con Andrés Segovia, que empezaba su magisterio por estas fechas en la Accademia, una amistad que se conservó toda la vida y que dejó su huella en obras como Homenaje a Andrés Segovia, Vademécum, Concierto mudéjar, Concierto Aguediano.
Un año más tarde, en 1956, se le concedía el accésit al Premio Nacional de Música, con sólo veintitrés años, por sus Canciones infantiles sobre textos de Federico Muelas. Era el principio de un largo recorrido de reconocimientos a su talento. Ambas obras determinaron una forma de crear basada en el texto, no sólo como fuente de inspiración, sino como parte estructural de una arquitectura sonora que le permitiese contar historias, porque Antón García Abrilfue un excelente narrador del complejo mundo emocional del ser humano, narración que desarrolló a través de la melodía, una elección que quedó fijada como eje rector desde el principio de su trayectoria.
Los textos de Góngora, Calderón de la Barca, Cervantes, Lope de Vega, de nuestro Siglo de Oro, convivieron en sus creaciones con los de Federico García Lorca, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Luis Cernuda, de la Generación del 27 y también con los de Antonio Machado, Miguel Hernández, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Ramón de Valle-Inclán, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Rosales, Antonio Gala, José Hierro, Salvador Espriu… Una lista interminable de escritores cuyos textos estuvieron presentes en sus ciclos de canciones, cantatas, música sinfónica y música escénica, son el testimonio de una envidiable erudición sobre la literatura española de la que siempre fue un defensor declarado y reflejan la dimensión de su perfil humanista. Más de ciento treinta canciones son testigo de su profundo amor por la literatura: Homenaje a Miguel Hernández, Doce canciones para Alberti, Canciones de Valldemosa, Becqueriana.
Pero también estuvieron presentes las escritoras desde el principio en su obra; en un tiempo en el que sus textos permanecían silenciados, su compromiso por la igualdad de la mujer ha pasado desapercibido y sin embargo debe destacarse. Dos canciones de juventud (1959) de María Gracia, abrieron el camino a los textos de Rosalía de Castro, Santa Teresa de Jesús, Isabel Rey, Fina de Calderón, Ángela Figuera Aymerich, Magdalena Lasala, María de la Gracia Ifach, Áurea García Abril-Ruiz, Marina Romero, a quien se deben los poemas de su Cantata Alegrías.
En 1964, se trasladó a la Accademia Santa Cecilia de Roma para trabajar con Godofredo Petrassi, gracias a una beca de la Fundación Juan March. Petrassi, profundo conocedor de todas las corrientes de la música del siglo XX y experto polifonista, le amplió sus horizontes al ponerle en contacto con la Segunda Escuela de Viena y con las técnicas de vanguardia. Las cinco Piezas para flauta y piano en riguroso estilo serial son de esta época. “El compositor de hoy [apunta García Abril] debe de tener un dominio completo de la técnica, sin renunciar a ningún procedimiento que lo facilite. La técnica más perfeccionista y avanzada es la que nos permite despojarnos de lo innecesario”.
La personalidad artística de García Abril trasciende el marco generacional, se le ha ubicado históricamente en la Generación del 51, con la que nunca se sintió identificado por considerar que su lenguaje estético nada tenía que ver con el eclecticismo de vanguardia que compartían el resto de los compositores. En 1958 contribuyó a la fundación del Grupo Nueva Música, adscrito a la vida musical del Ateneo madrileño, junto a Ramón Barce, Cristóbal Halffter, Luis de Pablo, Alberto Blancafort, Manuel Carra, Fernando Ember y Manuel Moreno Buendía, bajo la protección del crítico Enrique Franco.
Somos muchos los que llegamos a la obra de García Abril a través de su faceta como compositor de música incidental para televisión, teatro y cine. Series como Fortunata y Jacinta, Anillos de oro, Ramón y Cajal, Cervantes y especialmente El hombre y la tierra son parte de la construcción del recuerdo de la infancia y juventud de muchas generaciones, que aprendieron a amar la naturaleza a base de ver como los animales tenían, además de vida propia, sonoridad propia.
Escribió doscientas bandas sonoras, títulos como El crimen de Cuenca, con Pilar Miró, La leyenda del alcalde de Zalamea, La colmena, Los santos inocentes, con Mario Camus, son parte esencial de la filmografía de la España de la Transición. Su música contribuyó a realzar el discurso narrativo de un cine comprometido, durante dos décadas. Es en este ámbito donde García Abril experimenta con los lenguajes de vanguardia: música electroacústica, paisaje sonoro, ruido, que, como él mismo declara, le resultaron muy útiles. En 2014 la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas le concedía la Medalla de oro en reconocimiento.
Ocupó la cátedra de Composición y Formas Musicales en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid desde 1974, durante treinta y cinco años, un magisterio que compatibilizó con la creación. Por sus aulas pasaron la mayor parte de los compositores de las generaciones posteriores, hoy en activo. Se le recuerda como un entusiasta maestro al que le gustaba escuchar las inquietudes de sus alumnos. Un magisterio que desarrolló igualmente en la cátedra Manuel de Falla de Cádiz y en los cursos de Santiago de Compostela. Una vocación que se hizo extensiva al mundo de la infancia hacia el que tuvo una especial sensibilidad: participó pedagógicamente con sus creaciones en los métodos de solfeo, en los de piano Cuadernos de Adriana, para guitarra en Vademécum o en su Música de cámara para niños, escritos en los que se buscaba una dificultad progresiva.Obtuvo el Premio Nacional de Pedagogía e Investigación Musical del Ministerio de Educación en 1991.
Antón García Abril hacía su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 4 de diciembre de 1983, con un discurso titulado Defensa de la melodía, una declaración de sus principios estéticos que se contraponía a los postulados de las vanguardias. Era el momento álgido del debate tonalidad/atonalidad, emoción/ ausencia de la misma, creación absoluta independizada del gusto del público: “La melodía ha sido el elemento que ha definido la personalidad del arte musical. El ritmo por sí solo tiene un valor de orden, de equilibrio y de dinámica. La armonía es el elemento expresivo y habla ya de sentimientos, incluso opuestos, pero no los concreta todavía. Es la melodía la que determina la voluntad expresiva de los sentimientos a través de la música”.
El predominio de la melodía, como eje vertebrador de su concepción artística fue una opción buscada desde el principio y necesaria para representar el lenguaje de las emociones, en una música que buscaba la expresividad como vehículo de conexión con el público: “Me entristece pensar que cuando las generaciones que nos sucedan busquen nuestra canción, se les pudiera contestar con amargura incontenida: los compositores de esa época, no cantaron, se truncaron sus melodías”. La lectura de su discurso hunde sus raíces en las teorías del filósofo Jean Jacques Rousseau, defensor de la primacía de la melodía como expresión natural del ser humano a través de la voz.
Antonio Fernández-Cid, por parte de la Academia, le respondía de forma comprometida: “A veces algunos han acusado a García Abril de retrógrado y hasta quizá le han hecho vacilar un instante. Por fortuna, siempre pudo rebelarse y reaccionar, porque él sabe que está en sus manos escribir con técnicas que le valdrían el aplauso de los inconformes, sí, pero con mengua de su arma infalible y noble: la sinceridad, una preciosa virtud por la que conquista de manera permanente el fervor de los públicos”.
Las Canciones de Valldemosadedicadas a Federico Chopin, cerraron su discurso. Como parte de su quehacer académico estrenó en varias ocasiones sus obras en el marco incomparable de este salón de la Academia, testigo mudo del caluroso éxito que tuvieron. Baste recordar Zapateado en 1995, homenaje a Zanetti, para piano a cuatro manos en el que intervino, además, como pianista junto a Guillermo González; Tres poéticas de la mar de 1996, un encargo de la Academia para conmemorar el doscientos cincuenta aniversario de su creación, interpretados al piano por el académico Joaquín Soriano y la soprano María Orán; Canciones del jardín secreto (sobre textos arábigo-andaluces) de 2001, que se estrenó en el homenaje a Ramón González de Amezúa, director de esta Academia, en su octogésimo cumpleaños.
Uno de los hitos de su carrera fue la ópera Divinas palabras, estrenada en los actos de inauguración del Teatro Real en 1997. Un encargo del INAEM, sobre la tragicomedia de Valle Inclán, con adaptación del texto por Francisco Nieva. En palabras de Antón: “era uno de mis grandes sueños… Inicié el proyecto con el deseo de crear una ópera auténticamente española, de ahí que el texto de Divinas palabras me cautivara, me subyugara, porque vi en él los elementos de impulso necesarios para crear una ópera de nuestro tiempo”. Su dilatada experiencia en el mundo escénico se dejó sentir en esta obra, en la que aunó tradición en la voz y los coros, con una exuberante y brillante orquestación, para poner música a un texto de enorme complejidad y de hondo calado social. Al año siguiente recibía el encargo de Radio Berlín para conmemorar su sesenta y cinco aniversario, ocasión para la que componía Allhambra para orquesta, de clara raíz española.
Pero su obra más personal fue el Cántico de las siete estrellas para coro y orquesta, inspirado en la constelación de las siete estrellas que circunda el escudo de la Villa de Madrid, un encargo de la Comunidad Autónoma. García Abril escribió por primera vez el texto para una obra suya, un texto asentado en la tradición humanística española, dentro del marco paradigmático del hombre/microcosmos que mira el mundo/macrocosmos: “Teniendo una idea muy concreta de la obra que quería realizar, me introduje en un camino de intuiciones líricas en torno a la constelación de la Osa Mayor y, tal vez, lleno de osadía escribí mi propio texto, el texto que, como compositor, necesitaba para dar forma a mi idea compositiva”. Con sentido elegíaco rendía homenaje a las víctimas del terrorismo del 11 de marzo, una oración dolorosa teñida por la esperanza y la fraternidad, un tema al que volvería más tarde con El bosque de los ausentes.
La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, reconocía la excelencia de su carrera artística nombrándole académico numerario en 2008. Mi encuentro con la música y el mar fue el título de su discurso. García Abril confiesa cómo las dos grandes pasiones que marcaron su vida nacieron en sus años de estudiante en Valencia. El mar y la música fueron determinantes en su forma de crear: “Seguramente la visión abierta, [del mar] límpida y llena de perfección en su luz y en su movimiento, me ha conducido, no sé si consciente o inconscientemente, a crear una música en la que todo está a la vista, un arte en el que no existen zonas oscuras, al menos esa ha sido mi pretensión”.
Compartimos pasión por la literatura y devoción por Cervantes, un tema que estuvo siempre presente en nuestras conversaciones. En calidad de gestora cultural tuve ocasión de programar en el Auditorio Nacional, para celebrar su ochenta cumpleaños, una de las obras más importantes de su carrera, La gitanilla, en versión concierto. Originalmente un ballet encargado por el Ballet Nacional. En palabras del director del INAEM, Tomás Marco, “uno de los proyectos más ambiciosos del baile español en los últimos cuarenta años”. Era la primera vez que un compositor utilizaba esta novela ejemplar como tema de inspiración para la creación de un ballet; fue una propuesta realmente innovadora.
En junio de este año volví a la música cervantina para rendirle homenaje en su fallecimiento, con la suite orquestal de Las canciones y danzas para Dulcinea, interpretadas por la orquesta de RTVE bajo la dirección de Miguel Romea. Una obra escrita a partir de la película Monsignor Don Quixote, basada en la novela de Graham Greene, dirigida por Bennet por la que la BBC le hizo acreedor, en 1985, del premio The Music Retailers Association Anual Awards Excellence.
A lo largo de su dilatada carrera artística, Antón García Abril recibió los más prestigiosos reconocimientos, sería imposible enumerarlos todos: El Premio Nacional de Teatro (1971), Premio del Círculo de Escritores (1975), Premio Andrés Segovia (1981), Medalla Tomás Bretón de la Música (1985), Premio Nacional de Música (1993), Premio Fundación Guerrero de la Música española (1993), Premio de la Música otorgado por la SGAE (1996, 1999), Medalla de Oro al mérito de las Artes (1998), La Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio (2005), Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid (2006), VII Premio de la Música Iberoamericana Tomás Luis de Victoria (2007)… Fue elegido académico de honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza (2003); académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de las Angustias de Granada (1997), de la Real Academia Nacional de las Bellas Artes de la República Argentina (2000), de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (2001); doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid (2003) y por la Universidad de las Artes de La Habana (2007).
Fue profeta en su tierra, que le colmó con numerosos reconocimientos, como Hijo predilecto de Teruel (1983), Medalla al Mérito Cultural del Gobierno de Aragón (1993)… a él se debe el Himno a Aragón.
Entre los muchos cargos que ostentó, además de ser consejero de honor de la SGAE, merece destacarse la presidencia de la Fundación Guerrero de 2007 a 2020, en la que realizó una encomiable labor en favor de la música española y de la zarzuela, género al que había dedicado una etapa importante de su vida como director de orquesta.
EPÍLOGO
Como si de un rondó se tratase, Antón García Abril finalizó su existencia artística como la había empezado. Aquel joven aspirante a compositor que visitaba la Malvarrosa todos los días para dialogar con el mar, volvía a este lugar de encuentro en su última obra, Cuatro visiones poéticas del mar, para voz y piano, aún pendientes de estreno. Así empezó su historia como compositor, con aquel microrrelato de las Canciones infantiles, dedicadas a sus padres. Ahora era la ofrenda marítima desde nuestros corazones a Aurea, compañera en la vida, a quien iban dirigidas y a quien también recordamos. Para momento tan especial Antón escribió los textos.
El mar acogido a la roca, El mar dormido, El mar del silencio, Alba del mar, son textos poéticos que reflejan el misterio insondable de la vida y del amor, el mundo contemplativo espiritual, el valor de la naturaleza, el sentido de la belleza, pensamientos que nos hablan de su engranaje intelectual y de su factura humana.
El mar del silencio
Solo en la noche / en la noche del mar / secreto, / solo en la Luz de las estrellas / en la mágica claridad de la luna / con el recuerdo del amor, / compartido y compañero / de mi vida.
Solo en la noche, / pero solo / en una soledad acompañada, / soledad compartida / en la inmensa / y dulce soledad del Mar, / lleno de amor / en la serena y húmeda / plenitud del silencio.
Evocar a Antón García Abril es recordar a uno de los iconos más importantes de la cultura y de la historia de la música española reciente. Su obra refleja de manera fidedigna su personalidad y su carácter polifacético, fue un creador al margen de las corrientes estéticas, en consonancia con su pensamiento: “Yo creo que la base fundamental del arte debe de ser la libertad”. Su música gozó del favor del público, gracias a su profundo poder de comunicación y a su capacidad para narrar las emociones del ser humano.
En esta Academia se le recuerda como persona cercana, sincero en el trato, generoso en los afectos, amigo de sus amigos, entregado a su familia, en definitiva, un hombre entrañable. Maestro hoy ya no estás, pero sigues estando, porque tu música permanece resonando en nuestra memoria colectiva y tu imagen ha quedado guardada en la pinacoteca de nuestros recuerdos.
Begoña Lolo Herranz