La función principal del artista, según Cortés, es la indagación en el enigma humano, “retratar es profundizar en la singularidad de una persona y verla reflejada en el espejo de la tradición pictórica, siempre enriquecida con los hallazgos del arte contemporáneo”. Señaló en su discurso que la esencia humana reside en la apariencia, aplicando la siguiente reflexión: “Si en lo más profundo todos somos demasiado parecidos, poco más que seres vivos asustados por lo precario de nuestra existencia, construimos nuestras señas de identidad con la arquitectura de la apariencia para ser singulares, para diferenciarnos del grupo al que pertenecemos. La primera mirada del artista se dirige, por lo tanto, a la apariencia, lo que lejos de ser superficial, en mi opinión abre la puerta a enfrentarse a los convencionalismos sociales del momento para trascenderlos”. Ello explica su construcción del retrato con unos pocos rasgos, suficientes para desvelar el carácter.
Hernán Cortés se reconoce como “un pintor que desde hace más de medio siglo, se debate con los rudimentos de su oficio para mostrar, de la mejor forma de la que es capaz, el enigma de la representación humana”.
En la laudatio del pintor, el profesor Antonio Bonet confirmó que la vigencia del retrato como género artístico y el reconocimiento de los pintores retratistas ha sido una constante en la Academia desde su fundación en el siglo XVIII, como testimonia la presencia en la corporación de nombres tan significativos como los de Mengs, Goya, Vicente López, Raimundo de Madrazo, Sorolla, Julio Moisés o Álvarez de Sotomayor. Bonet reconoció que “aunque el encargo del retrato ha sido relegado por algunos pintores y tratadistas a un puesto inferior al de las grandes composiciones históricas o religiosas, el género cuenta con obras maestras de la pintura”. Al respecto de Hernán Cortés, para Bonet la conquista como excelente retratista del nuevo académico radica en su capacidad para penetrar hasta el alma del retratado y apresar su secreto, adivinar lo oculto o, parafraseando a Paul Valéry, comprender que “lo más profundo está en la piel”. Según Bonet, “el retrato que, en un principio fue el resultado de pintar ‘la vera efigie’ de una persona, tiene que ser una síntesis de la verdad, que en la quietud de su pose resume la individualidad psíquica del retratado”.
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Hernán Cortés nació en Cádiz en 1953. Pronto abandonó los estudios de medicina para formarse en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, donde conoció a su maestro, Antonio Agudo. En 1972 viajó a París interesándose por la abstracción de Antoni Tàpies y Nicolas de Staël. Ese mismo año se trasladó a Madrid, matriculándose en la Academia de San Fernando.
Muy pronto se decantaría por el retrato. En la década de 1980 retrató a José María Pemán, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y a otros poetas de la Generación del 27. En esos retratos descubrió la forma de integrar la figura humana en el plano pictórico, manteniendo el bagaje de su experiencia previa con la pintura abstracta. La esencia del retrato se sustenta para Hernán Cortés en una sólida estructura formal de la figura y en la búsqueda de la verdad psicológica del modelo. El hispanista Jonathan Brown ha aludido a la influencia velazqueña en la propuesta estética del pintor.
Cortés ha dedicado su actividad artística a la representación de las máximas figuras de la monarquía, la política, la empresa, la cultura… Fundamentales en su trayectoria creativa son sus series de retratos de los ponentes de la Constitución o las efigies de las personalidades del Senado.