Academia

Darío Villalba, en la memoria

28 de octubre de 2018

La herencia de Darío Villalba traza una de las secuelas más influyentes y radicales del arte español de los años setenta y ochenta, posterior al informalismo abstracto. Su condición de referente se identifica por una posición crítica al lenguaje imperante de las vanguardias, por el recurso pionero a la fotografía en la práctica de la pintura o por una intuición visionaria y precursora de tendencias que sitúan al ser humano como objeto de análisis y de tensión emocional. Darío Villalba construyó un estilo absolutamente propio articulado en torno a los parámetros de la desesperación existencial, el dolor, el exceso, el sexo…

En su primera juventud no destacó en el campo de las artes plásticas sino en la modalidad deportiva del patinaje artístico sobre hielo, aprendido en Filadelfia, donde su padre, diplomático, estaba destinado como cónsul de España. Con diecisiete años, Darío Villalba fue el primer olímpico español en esta disciplina, participando en 1956 en los VII Juegos de Invierno de Cortina d’Ampezzo (Italia).

Un año más tarde abandonó el patinaje, interesándose por la pintura. Asistió a las aulas de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y a los talleres de dibujo del Círculo de Bellas Artes en Madrid, y celebró su primera exposición en 1957 en la galería Alfil. Continuó su formación en el estudio de André Lhote en París y en 1962 obtuvo una beca de estudios en la Universidad de Harvard, que le permitiría exponer en varias sedes de Estados Unidos. A finales de la década de los sesenta, sus continuadas estancias en Londres le familiarizaron con la fotografía urbana.

Distanciándose de la abstracción informalista, del arte conceptual y del pop, cuyo contenido le parecía vacuo, comenzó a desarrollar un lenguaje genuino, de fundamentos metafísicos, con la fotografía como soporte de la pintura. A partir de estructuras visuales fotográficas, la aplicación de material pictórico le facilitaba la fragmentación de la imagen, la ruptura del encuadre y los juegos de enmascaramiento o exposición de realidades, para expresar el exceso del ser humano y llevar al límite la manifestación de la miseria. La “tensión de formatos”, una expresión alusiva a instalaciones con violentas imágenes envueltas en metacrilato –figuras desvalidas, solitarias, derrumbadas-, fue la base de sus encapsulados.El carácter innovador de esta fórmula, en tanto que dispositivo de narración inédito en su momento, le llevó a la XXXV Bienal de Venecia en 1970 y a obtener un generalizado reconocimiento internacional. En 1973 recibía el Premio Internacional de Pintura en la XII Bienal de São Paulo.

A comienzos de los setenta los encapsulados, apresados sobre tela fotográfica emulsionada, renunciaron al cromatismo para enfatizar su intensidad trágica mediante fotografías en blanco y negro, en paralelo a las experiencias internacionales en esa misma dirección. Durante los ochenta el proceso se hizo más complejo, incrementando el archivo de sus “documentos básicos” con un número superior a tres mil fotografías sobre los que el artista retornaba insistentemente, a modo de diario íntimo. Una fuente icónica de imágenes extraídas de publicaciones periódicas o capturadas por él mismo, fragmentadas, descontextualizadas, emancipándose de la realización manual para expandir su libertad de acción.

“En estos momentos hay un mareo de fotografía que no me interesa –afirmó-. Yo la utilizo como una técnica para alcanzar el alma en mis obras pictóricas, al hombre, al ser humano, a veces en sus estados más marginales, otras en los estados más heroicos o místicos”. Los suyos eran personajes en estado límite, seres marginales, náufragos, enfermos, dementes, chaperos… una lacerante secuencia de cuerpos heridos y rostros espectrales. “El dolor, junto con el amor, junto con la culpa, junto con la redención” –según su propio testimonio-, definían la estructura sustentante de sus planteamientos creativos. “En toda mi obra hay un tenebrismo, una oscuridad que siempre florece con la luz intensa de la esperanza. Hay una parte muy mística en mi trabajo”. A propósito de la obra de Darío Villalba el crítico de arte Pierre Restany se refirió a “un escalofrío en la médula”, y Francisco Calvo Serraller aludió a su atrevimiento para “presentar lo humanamente impresentable, lo que exige fondear en las profundidades de la existencia”.

En 1983, recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas “por su capacidad de integración sintética en diálogo permanente con las corrientes de vanguardia”. Fue condecorado en 2003 con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Un año antes había sido elegido miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde pronunció el discurso En torno al acto creativo: nuevas reflexiones, profundizandosobre el pensamiento expuesto en su lección inaugural en el Instituto de Estética y Teoría de las Artes en la década de los noventa.

Colecciones de arte contemporáneo de gran prestigio internacional poseen obra de Darío Villalba –Metropolitan Museum of Art de Nueva York, Solomon R. Guggenheim, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, The National Museum of Contemporary Art de Oslo, Instituto Valenciano de Arte Moderno…- y sus pinturas/fotografías han sido mostradas en grandes exposiciones de importantes museos en Europa y Estados Unidos. Algunas de sus exposiciones más relevantes fueron An International Survey of Recent Painting and Sculpture (Museum of Modern Art, MoMa, Nueva York, 1984), Darío Villalba 1964-1994 (IVAM, Valencia, 1994), Documentos básicos 1957-2001 (CGAC, Centro Galego de Arte Contemporánea, Santiago, 2001), Darío Villalba. Una visión antológica 1957-2007 (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2007), Cinq siècles d’Art Espagnol: l’imagination nouvelle. Les années 70-80 (Musée d’Art Moderne de la Ville de París, 1987). En 2017 fue seleccionado por la curadora Emma Lavigne para la 14e Biennale de Lyon.

Sirva de homenaje a la obra de este referente imprescindible del arte del siglo XX, su declaración de principios: “Ahora, el hilo conductor de mi trabajo continua en pie […]. Hay una tensión hacia el más allá, un interés por el hombre y su dimensión existencial”. Taciturno en ocasiones, siempre apasionado, en su diáfano estudio de Madrid manifestó: “Estoy impreso en carne, mi trayectoria creativa ha sido un constante sabotaje de lenguajes”.  

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