La Academia y Goya

Goya, pintor que maduró con la Ilustración y abrió paso a las formas y temas del arte contemporáneo, estuvo muy vinculado durante su larga vida a la Real Academia, que conserva un excepcional conjunto de pinturas muy representativo de sus distintas etapas.

Las 13 obras de Goya en el Museo de la Academia quedan encuadradas entre dos de sus autorretratos: el Goya joven ante el caballete, y el de busto, contemporáneo del que conserva el Museo del Prado con el pintor próximo a cumplir los 70 años.

Su relación personal con miembros ilustres de la cultura de su tiempo quedó plasmada en numerosos retratos, género en el que Goya fue profundamente innovador. La Aca­demia conserva excelentes retratos de tres figuras destaca­das y amigos personales del maestro: Leandro Fernández de Moratín, Juan de Villanueva y José Munárriz. A ellos se une el de la gran actriz "La Tirana", que refleja el amor de Goya por el teatro. De signo diferente es el retrato ecuestre de Fernando VII, encargo oficial de la Academia, así como el del favorito Manuel Godoy en el apogeo de su poder.

Especialmente significativo es el conjunto de las cinco tablas de pequeño formato: El entierro de la sardinaPro­cesión de disciplinantes, Corrida de toros, La casa de locos, El Tribunal de la Inquisición. Son obras consideradas como "cuadros de gabinete" en los que Goya dejaba libre curso, en sus propias palabras, "al capricho y la invención".

Doce de estas pinturas llegan a la colección de la Aca­demia en el siglo XIX en diversas fechas y circunstancias (legados testamentarios, donaciones y, en el caso del retra­to de Godoy, desde sus propiedades confiscadas). Ya en nuestros días adquiere la Academia –gracias a la Herencia Guitarte –el espléndido Autorretrato ante el caballete.

El primer contacto de Goya con la Academia tiene lugar en 1763, cuando a los 17 años se presenta a la oposición para las pensiones de pintura a Roma. La prueba se realiza en enero siguiente y participan varios aspirantes, siendo Goya de los más jóvenes; ninguno obtiene éxito, pues todos los votos se conceden a Gregorio Ferro, de 20 años, quien recibe la pensión. Este contratiempo le lleva a solicitar ayuda de su paisano Francisco Bayeu, amigo de su padre y pintor introducido en la Corte, como más tarde recordará el propio Goya.

Tres años después, se presenta nuevamente al concurso de la Academia, optando en este momento al premio de 1ª clase. Su estilo personal no es apreciado por el jurado, que otorga el premio en esta ocasión a Ramón Bayeu.

Académico de mérito

Ello hace que Goya, desilusionado, se aparte de la Academia hasta el año 1780, en que el día 5 de mayo solicita su ingre­so como Académico de Mérito, siendo elegido por unani­midad el día 7 del mismo mes, tal como lo recoge el secre­tario de la Academia Antonio Ponz: "Después di cuenta de otro memorial de D. Francisco de Goya, quien asimismo suplicaba que la Academia se dignase admitirle entre los de su Cuerpo, y en la clase que fuere de su agrado, y para esto presentó una pintura del Señor Crucificado, figura del tama­ño del natural. Le propuso asimismo el Sr. Viceprotector para Académico de mérito, y tuvo todos los votos a su favor".

Así pues, presenta el lienzo de Cristo crucificado –hoy en el Museo del Prado, nº 745-, que realiza, como él mismo dice, "en estilo arquitectónico", de acuerdo al gusto neo­clásico imperante en esa época. En abril de 1785, la Aca­demia, por orden de Floridablanca y con la aprobación de Goya, decidirá enviar el Cristo junto con otros cuarenta cua­dros al convento de San Francisco el Grande de Madrid, para instalarlo en su sacristía. Desde allí pasaría al Museo de la Trinidad y finalmente al Prado.

El éxito de Goya como académico le lleva a solicitar el día 18 de marzo de 1785 el cargo de Teniente Director de Pintura, que le obliga a impartir clases y le acarrea, en pala­bras suyas, "poco provecho y mucho honor" . El 3 de abril de ese año es propuesto en primer lugar para la plaza, derrotando en esta ocasión a Gregorio Ferro, que obtuvo sólo ocho votos frente a sus nueve. De esta forma, el 5 de junio de 1785 se da noticia en junta académica de su nom­bramiento: "Después de leído el acuerdo anterior, di cuen­ta de una carta del Sr. Protector, en que me decía cómo S.M. había elegido a D. Francisco de Goya por Teniente Director de Pintura, conformándose con la propuesta a favor de éste en primer lugar que la Academia le había hecho. Se le man­dó dar la posesión, y habiendo entrado en la Sala recibió las enhorabuenas, y dio muchas gracias a la junta por lo que le había favorecido". A partir de este momento Goya asisti­ría con regularidad a las sesiones de la Academia, como consta en sus actas.

A la muerte de Antonio González Velázquez es propues­to Goya, en terna con Bayeu y Maella, para ocupar el pues­to de Director de Pintura. En Junta de 4 de mayo de 1788, se decide el orden en que serán presentados estos candida­tos al Rey. Goya no obtiene ningún voto, siendo Francisco Bayeu el elegido. Esta decisión produce cierta rebeldía en Goya, que se dejaría traslucir en su votación de los pre­mios extraordinarios de aquel año. Expresa su disconformi­dad con los otros profesores, actitud que es coherente con su concepto personal de la pintura, que más tarde plasma­ría en su conocido escrito de octubre de 1792.

Ideal estético

En este escrito, dirigido al Viceprotector Bernardo de Iriarte, que había requerido a los profesores su opinión acerca de la enseñanza, Goya vuelca su ideal estético y defiende la libertad de ejecución del artista: "Las Academias no deben ser privativas ni servir más que de auxilio a los que libremente quieren estudiar en ellas, des­terrando toda sujeción servil de Escuela de Niños, precep­tos mecánicos, premios mensuales, ayudas de costa y otras pequeñeces que envilecen y afeminan un arte tan liberal y noble como es la Pintura". Más adelante dirá: "No hay reglas en la Pintura ( … ). La obligación servil de hacer estu­diar o seguir a todos por un mismo camino es grande impe­dimento a los jóvenes que profesan arte tan difícil".

Continúa el escrito de Goya con una exaltación de la Naturaleza: "Que sin ella nada hay bueno, no sólo en la pintura (que no tiene otro oficio que su puntual imitación) sino en las demás ciencias". Resalta también la importancia del dibujo, negando la necesidad de estudiar con horario fijo la perspectiva y la geometría, "puesto que el dibujo mis­mo lo pedirá a su tiempo". Muestra, asimismo, su admira­ción por Aníbal Carracci "que con la liberalidad de su genio dio a luz más discípulos y mejores cuantos Profesores ha habido, dejando a cada uno correr por donde su espíritu le inclinaba, sin precisar a ninguno a seguir su estilo ni méto­do". Denuncia el encasillamiento en modelos artificiales, sin vida y alejados de la Naturaleza, así como a quienes enjui­cian la enseñanza sin tener conocimiento de la materia.

Menciona, por otro lado, la decadencia de las artes en aquel momento, y advierte que no deben "ser arrastrados del poder ni de la sabiduría de las otras ciencias y sí gober­nados del mérito de ellas", dejando así que descuelle por sí mismo el mejor artista. Por esto aconseja "dejar en plena libertad correr el genio de los Discípulos que quieran apren­derlas, sin oprimirlos, ni poner medios para torcer la incli­nación que manifiestan a este o aquel estilo en la pintura". Termina diciendo Goya que "no hay otro medio más eficaz de adelantar las artes".

Con estas palabras el pintor exalta el esplendor de los grandes maestros del Barroco italiano, deplora la deca­dencia de las artes en la época y defiende la libertad del artista para desarrollar su personalidad rechazando los encasillamientos y la rutina. Goya insiste en el valor de la Naturaleza como fuente principal a la que el pintor debe acudir una y otra vez, ejercitándose en el dibujo, cuya prác­tica constante traerá de suyo el aprendizaje de la perspecti­va y demás leyes de la pintura.

Como vemos, Goya tuvo verdadera preocupación por el problema de la enseñanza de la pintura. Sus clases en la Academia le ocuparon desde 1785 hasta 1797, bien es verdad que con muchos intervalos por sus obligaciones, así como por la sordera que le sobrevino después de la grave enfermedad de 1792. Siempre en estas ausencias procuró dejar sustitutos para no perjudicar a los alumnos. Al reanudar las clases tras su convalecencia, escribe a Isidoro Bosarte, secretario de la Academia, una significati­va carta (abril de 1794) en que percibimos su frustración por la importante merma de sus facultades físicas: "Muy Señor mío. Participo a Vm. que asistí anoche a la sala de principios: y por más esfuerzos que mis deseos de ser útil, hice perdí la esperanza por ahora de poder servir; por no oír nada de lo que me decían, y ser causa de la diversión de los muchachos: Yo lo siento entrañablemente el dar esta a mis compañeros pero es preciso Vm. tome la decisión que corresponda, mandando cuanto guste… Francisco de Goya".

Director honorario

A pesar de de esta carta se presenta Goya, tras el fallecimiento de se cuñado Francisco Bayeu, a la Dirección de Pintura (septiembre de 1795), obteniendo diecisiete votos frente a los ocho de Ferro y tan sólo uno de Francisco Ramos. Desempeña este cargo durante dos años, viéndose obligado definitivamente por su sordera a formular su dimisión. Aceptada ésta por el rey, fue comunicada a la Academia en junta de 30 de abril de 1797. En ella los aca­démicos expresaban su condolencia ante la pérdida de tan importante profesor: "La Academia, al paso de reconocer ser justa, sincera y verdadera esta excusa, siente mucho ver en tan deplorable estado de salud un profesor de tan dis­tinguido mérito y que una de sus enfermedades sea la sor­dera, tan profunda que absolutamente no oye nada, ni aun los mayores ruidos, desgracia que priva a los discípulos de poderle preguntar en la enseñanza".

No obstante, todavía en septiembre de 1804 se presen­ta el pintor como candidato a Director General de la Academia, siendo rechazado en favor de su viejo rival Gregorio Ferro. Tal vez como compensación la Academia propone a Goya, por aclamación, como Director honora­rio. La participación del maestro en la vida académica no se había interrumpido durante esos años; ejemplo de ello es el dictamen acerca de la restauración de pinturas que envía en 1801 a D. Pedro Ceballos. En él Goya expre­sa su disgusto por los retoques que han sufrido varias obras, defendiendo en este sentido un criterio muy actual sobre la restauracióncuando dice"Cuanto más se toquen las pin­turas con el pretexto de su conservación, más se destruyen, y que los mismos autores, reviviendo ahora, no podrían retocarlas perfectamente".

Otro aspecto interesante del vínculo entre Goya y la Academia es su participación en las exposiciones anuales que desde años atrás venía organizando la institución, y a las que concurrían profesores y alumnos distinguidos. Estas exposiciones, interrumpidas por la guerra a partir de 1808, se reanudaron en 1812 hasta mediados del siglo, aunque con alguna otra suspensión. Con ellas la Academia cumplía un papel cultural muy importante en la vida madrileña, habida cuenta de que no existía en aquellos años un museo de arte abierto al público.

La primera ocasión en que Goya acude a estas exposi­ciones es en el año 1794, con once cuadros de diversiones nacionales. Otros ejemplos en años sucesivos son: los retra­tos de Francisco Bayeu, su cuñado recientemente fallecido (1795), de la marquesa de Villafranca (1805), del actor Isi­doro Máiquez (1808). Esta sería la última exposición en algún tiempo, dadas las difíciles circunstancias que atrave­saba el país.

Tras los sucesos de Aranjuez y la abdicación de Carlos IV, la Academia encarga a Goya (marzo de 1808), para su Sala de Juntas el ya mencionado retrato del nuevo rey Fernan­do VII, todavía hoy entre las obras del Museo.

Al reanudarse las exposiciones anuales en 1812, Goya pre­senta su famoso retrato ecuestre de Wellington. En ese año muere Josefa Bayeu, esposa del pintor, a causa de la epidemia de hambre padecida en Madrid. Fueron, sin duda, años difíciles, como la propia Academia rememoraba en su sesión solemne de 1832, presidida por Fernando VII, ya desaparecido Francisco de Goya: "Los profesores de la Academia que no pudieron salir de Madrid y vivieron en su retiro sin ocupación, sin estudio, sin medios de subsisten­cia, apenas veían libre la capital del Gobierno y tropas de Bonaparte, cuando al instante procuraban reunirse, abrir las salas de la Academia y satisfacer la ansiedad con que el público concurría a ver el retrato de V.M. ejecutado en los últimos días de su permanencia en Madrid por el pintor de Cámara Don Francisco de Goya". En las actas de esta misma sesión se da cuenta del fallecimiento de Goya en Burdeos cuatro años atrás, y se manifiesta el pesar de la corporación.

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