La sala de fotografía del Museo muestra una selección de obras del fotógrafo Nicolás Muller que forman parte de los fondos de la Academia. Además, se expone material bibliográfico y fotográfico procedente de la colección Pedro Melero / Marisa Llorente y un retrato del fotógrafo perteneciente a la colección Ana Muller.
En el páramo cultural de la España autárquica, el fotógrafo Nicolás Muller (Hungría, 1913-Asturias, 2000)fue, junto a Catalá-Roca, el más grande e influyente fotógrafo español. Miembro destacado del privilegiado grupo de fotógrafos húngaros de su generación -Robert Capa, Brassaï, Moholy-Nagi, André Kertész…-, como ellos, tuvo que abandonar su país huyendo del nazismo en 1938, para establecerse en París, donde colaboró activamente en los célebres semanarios France Magazine, París-Match y Regard. De origen judío, la ocupación alemana le condenó a un nuevo y precario exilio en Portugal, país del que fue detenido y expulsado por la PIDE, la policía política de la dictadura de Salazar. Finalmente, su larga travesía de judío errante le condujo a Tánger, ciudad abierta en la que vivió y trabajó hasta 1947.
En Tánger estableció un estudio de retratos, que pronto se convirtió el más prestigioso y visitado de la ciudad. En pleno Protectorado Español de Marruecos, Muller colaboró con el diario España y publicó dos de sus mejores libros, Estampas marroquíes y Tánger por el Jalifa, que venían a añadirse a los editados en Hungría y que mostraban ya a un fotógrafo en plena madurez, culto, delicado, comprometido y profundo conocedor de todos los secretos de su oficio. En 1944, de la mano de su gran amigo Fernando Vela, cofundador de la Revista de Occidente y director de España, se acercó por primera vez a Madrid donde expuso sus fotografías en el hotel Palace. Tres años después abandonó definitivamente Tánger, para trasladarse a Madrid. Tras su paso por dos estudios de retratos, en 1947 se residenció en una luminosa galería de la calle Serrano, a un paso de la Puerta de Alcalá.
En un Madrid casposo y amedrentado, su estudio se convirtió pronto en el más prestigioso de la ciudad y en rebotica y punto de encuentro de un grupo de intelectuales y artistas próximos a las ideas liberales que capitaneaban Ortega y Gasset y Fernando Vela, desde la Revista de Occidente. En aquel tiempo culturalmente deprimido, marcado por la obsolescencia de un oficialismo fotográfico estéticamente agotado, Muller supuso una de las escasas ventanas abiertas a la modernidad. A la sombra de los focos de su estudio, en presencia de la amistosa presencia de sus canes, se reunieron durante años los artistas e intelectuales más notables del día: Baroja y Azorín, como padres tutelares, Pedro Laín Entralgo, Lorenzo Goñi, Fernando Vela, Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo, Rodrigo Uría, Xavier Zubiri, Gerardo Diego, Pío y Julio Caro Baroja, Ignacio Aldecoa, María Zambrano… Y, una vez por semana, el fotógrafo se acercaba al cercano Café Gijón, para unirse a la conocida tertulia conocida como la de los poetas y pintores, integrada por Martínez Novillo, Benjamín Palencia, Pablo Serrano, Zabaleta, Pancho Cossío, Paco García Pavón, Gabriel Celaya y Cristino Mallo.
Salvando la distancia del tiempo, la tertulia del estudio de Muller sólo es comparable a los concilios celebrados un siglo antes en el estudio parisino del primer Nadar, en el Boulevard des Capucines. Como el gran retratista francés, Muller fue edificando un parnaso admirable, integrado por más de un centenar de retratos de los pintores, escultores, poetas, novelistas y filósofos de aquel Madrid agraviado por el dolor, el hambre, el miedo y las cartillas de racionamiento, que contrastaba con la euforia frívola y ofensiva de los mandarines sin respeto y los ricos especuladores, para decirlo con palabras de Dionisio Ridruejo. Sólo por estos retratos merecería Muller un lugar de honor en la historia de la fotografía española y universal.
Pero, a diferencia de sus colegas madrileños de entonces -Gyenes, Amer Ventosa, Ibáñez-, a los que aventajaba en talento, además de su trabajo en el estudio, desde el mismo día de su llegada a la capital, Muller desplegó una intensa actividad profesional que le llevó a recorrer España y a retratar sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes y sus gentes. Fruto de aquel titánico trabajo son sus numerosos y excelentes libros, hoy lamentablemente inencontrables, como España Clara (1966) y una decena de guías de las diversas provincias y regiones de España, como las realizadas en el País Vasco (1967), Andalucía (1968), Cantabria (1969) y la Mancha (1970).Series a la que seguirían las dedicadas a los Paisajes de España, la Arquitectura Popular Española, el románico español y la huella judía en España, con textos de Azorín, Sáinz de Robles, Luis Rosales, Julio Caro Baroja, Gerardo Diego, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, Fernando Vela y Laín Entralgo. En 1980, después de una vida profesional azarosa y bien vivida, en la que llegó a penetrar en la raíz del desconsuelo, de los exilios sucesivos, del amor, de la amistad y la melancolía, dejó su estudio madrileño en manos de su hija Ana Muller, una excelente profesional, y se retiró a su pequeña patria de elección, en Andrín, Asturias, a la orilla del mar.
A partir de su exposición antológica, Nicolás Muller. Fotógrafo, celebrada en 1994 en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y del extraordinario catálogo publicado por Lunwerg Editores, Muller comenzó a ser reconocido como el más importante fotógrafo español de su tiempo; condición que comparte con su admirado Catalá-Roca, al que unían tantos puntos en común: la curiosidad, el talento, la afición a las artes, el gozo por su trabajo y el profundo conocimiento de los secretos de la vida y de su oficio. Desde 1994 se han multiplicado sus exposiciones en España y en diversos países de Europa y América. Entre ellas destacan, Nicolás Muller. Obras maestras (2013) y Nicolás Muller, una mirada comprometida (2020), que todavía continúa itinerando por diversos países de Europa.
Con la caída del comunismo en Hungría, Muller comenzó a ser conocido y admirado también en su país, tras la exposición antológica de sus fotografías, celebrada con toda solemnidad en su ciudad natal, e inaugurada por Arpad Gönez, primer presidente húngaro de la época democrática. A esta muestra siguieron otras, entre la que destaca Nicolás Muller. Una mirada retrospectiva, celebrada en Budapest, organizada por la Embajada de España y la Casa de los Fotógrafos Húngaros, seis después de la muerte del maestro. Un emotivo y merecido homenaje a este grandísimo profesional, húngaro de nacimiento, español de adopción y, sobre todo, judío errante y ciudadano del mundo.
Publio López Mondéjar
Académico. Sección de Artes de la Imagen